La historia (los historiadores) nos cuenta que de los firmantes de la declaración de independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el 9 de julio de 1816 en la “casita de Tucumán”, más de la mitad eran clérigos. El resto, como no podía ser de otra manera, eran abogados o masones. Se firma invocando al “Eterno que preside el universo” por esas cuestiones de transa política, pero los curas, meses antes ya habían jurado a “Dios nuestro Señor” y a la “Patria, conservar y defender la religión Católica Apostólica Romana”. Las sesiones posteriores se dedicaron, entre otras cosas, a hacer misa para agradecer a San Francisco, nombrar como patrona de la independencia a Santa Rosa de Lima y establecer contactos con Roma por la necesidad de obispos. Argentina entonces, también nació en parte gracias a la voluntad divina. La historia del país, sus crisis y varios de los grupos armados que disputaron poder político, tuvieron una pata en la iglesia. En el número anterior hablamos de lo que consideramos pensamiento mágico su relación con la política. Sin que nos importe caer en contradicciones o ser repetitivos, queremos resaltar que la idea de Dios y la del Estado vienen del mismo lado, por lo menos en el sitio donde nos toca vivir, y es la de justificar por el temor, la ignorancia y la fuerza, la obediencia. Al cura, al patrón o al policía. Es por eso quizás que las peleas de la clase política con la Iglesia católica, son coyunturales, del mismo modo que las peleas o alianzas entre la clase (o casta) política.

La iglesia católica propuso hace unos días que el dinero que viene del Estado para pagar sueldos de la curia vaya disminuyendo gradualmente. Algo que muchos estaban tratando de militar (con pañuelo incluido) desde el lugar de “separación de la iglesia y Estado” a modo de venganza en algunos o “toma de conciencia” en otros al ver el poder de lobby que continua teniendo la Iglesia católica y el poder de movilización de la Iglesia evangélica en la discusión por el aborto legal seguro y gratuito…. Quizás el dinero del Estado que se destinaba a la iglesia católica se pueda utilizar en salud, educación o en los policías que matan pibes por la espalda. El tema es que la plata de la iglesia viene del mismo lado. De la explotación, de nuestro trabajo.

El Santo Padre, Jorge Bergoglio, es visto o vendido hoy como alguien que viene a cambiar las cosas en el mundo católico. Esa idea de un Papa progresista sólo puede ser sostenida por la romántica idea de que al ser sudamericano debería tener otra sensibilidad social, su pertenencia a los Jesuitas y porque su antecesor venia de las juventudes hitlerianas. Pero con sólo recordar que su escuela es la que impuso las misiones en el litoral y que logró la monogamia en los nativos al punto de acostumbrarlos a tener sexo una vez por día al sonar las campanadas y sólo con fines reproductivos debería derribar ese mito. Su militancia política en la derecha peronista podría aportar datos sobre su pensamiento y entender por qué actuó como actuó en la dictadura militar. Podríamos darle crédito a eso de que la gente cambia, y no juzgar a Bergoglio por su pertenencia política en el pasado, pero su apoyo legal, moral y económico a Julio Cesar Grassi (condenado por abuso de menores) y muchos otros clérigos pedófilos, desde que asumió en el Vaticano, complica un poco esa idea de cambio. El ex obispo de Buenos Aires ni siquiera estuvo cercano a Mujica o Angelelli que lograron mezclar a Jesús con Perón, un poco de Marx, Evita y la Virgen María con Guevara y sacar de eso una idea de cristo obrero.

Es interesante ver cómo se entiende desde los medios de información y la militancia política la relación entre la Iglesia y el gobierno. Los que se venden como la alternativa nacional y popular y se ven en cierto sentido como una izquierda latinoamericana, tejen alianza con representantes de la Iglesia en el país o viajan a buscar la foto con el Santo Padre que vive en Roma. Grandes misas con sindicalistas y políticos opositores dan señales de respaldo en lo importante, la lucha por el poder político. Después, desde esa alianza hay pequeñas libertades, unos pueden hablar a favor del aborto legal y otros seguir protegiendo a misóginos y pedófilos. Soldados del Papa, soldados de Perón, soldados del ganador, se venden electoralmente junto a personas que usan pañuelos verdes y que toleran esta alianza con un nudo en la garganta.

Del otro lado de la grieta, muchos de los/las votantes o militantes de la coalición de gobierno son militantes también de las iglesias. Por eso se sienten traicionados porque el presidente habilite la discusión del aborto, sienten que esta no es la derecha que votaron y ayudaron a ganar desde las capillas de sus barrios. Algunos/as se refugian en una gobernadora claramente católica, y ven con buenos ojos como desde Desarrollo Social se sigue trabajando junto a las principales religiones y soportan (con pañuelo incluido) que su presidente haga meditación, con un nudo en la garganta.

Lo mismo pasa en Brasil. Los/as evangélicos/as ayudaron a subir al gobierno de Lula da Silva y ahora son el dato cuando se analiza el triunfo de Bolsonaro. Hoy resulta más fácil ver en TV a pastores evangélicos bajando línea que a curas católicos, pero en definitiva el mensaje de fondo es el mismo. Temor a Dios, a la Autoridad.

Los/as progres por más que se consideren laicos siguen afirmando y defendiendo a Dios, sólo que lo llaman Estado. Los liberales (o neo liberales) prefieren llamar a Dios como la mano invisible del mercado.

Separar la Iglesia del Estado, puede servir para analizar algunos aspectos de la dominación, pero resulta igual a separar Estado y Capital. A la hora de buscar una salida hacia la libertad, hacia la revolución social, esa separación pierde sentido.