Primer día de clases.

Los niños en la vereda, los padres en la calle y las docentes tratando de que se formen en fila. El patio no se puede usar por que un grupo de trabajadores están cortando el pasto. La directora saluda, presenta a trabajadores nuevos, nos cuenta algo del mobiliario y de paso, avisa que falta nombrar un docente para cuarto grado, y que no hay desayuno ni almuerzo por algo de los proveedores. La bandera de ceremonias y el protocolo de cuando aplaudir. Acto seguido la indicación de manitos fuera de los bolsillos, “paraditos derecho” y a cantar el himno nacional argentino. Justo cuando el camión de basura dobla, frena y descubre que la calle está ocupada. Un montón de pibitos gritan “juremos con gloria morir” aunque no logran ahogar el sonido de las motoguadañas.

Jurar morir con gloria, implica necesariamente matar por la patria. Matar a otro pibito que debe estar cantando algo parecido en otra parte del mundo, justo cuando la prensa indica el uso de bombas racimo contra población civil, incluidas escuelas.

Seguramente el mes que viene vendrán algunos ex combatientes y darán charlas a los alumnos en el marco de “agenda Malvinas 40 años” hablando de “héroes” y “caídos”.

Pero antes de Malvinas, es probable que tengan alguna actividad referida al último golpe militar. Medio por arriba, sin entrar en demasiados detalles. Son niños y ya tendrán tiempo de preguntarse por qué se reivindica “la gesta de Malvinas”, cuando los responsables de esa guerra son los mismos que se repudian cada 24 de marzo. Esos que mantuvieron una dictadura feroz durante varios años ayudados por partidos políticos, empresarios y la iglesia.

Algunas preguntas no tienen respuestas, o por lo menos no tienen una sola. Siempre depende del lado desde donde se mire. Del lado de la política siempre es más fácil ejercer la mirada. En un mismo partido hubo quien se negaba a los juicios a los militares, acompañó los indultos y muchos años después encontró una bandera de los derechos humanos, la levantó y pidió “juicio y castigo”. Otros, entusiasmados con los votos, juzgaron, encarcelaron y ante el riesgo de algunos milicos enojados apoyaron las leyes de obediencia de vida y punto final, para muchos años después, ir a la caza de los pocos viejos vivos que participaron de la dictadura. La política tiene el beneficio de no tener que ser coherente, se puede estar a favor, en contra y todo lo contrario. Eso sí, con las Malvinas no se jode. No importa el bando político, en campaña se prometerá algo para “los héroes de Malvinas” y se continuará el reclamo por la soberanía de las Islas y llegado el caso se mandará a cagar a palos a los ex combatientes si se ponen pesados con reclamos.

La política y los políticos al día de hoy están discutiendo de que bando ponerse en la guerra entre Rusia y Ucrania, como si al mundo le importara. En la decisión pesan los votos, la economía, y las Falklands. En definitiva, la guerra y la dictadura son la política con otros métodos.

Seria desconsiderado no aclarar que siempre hay excepciones, pero el caso particular se pierde en la generalidad de la política.

En eso de las miradas, no estaría de más pensar como seria en el caso de un niño viviendo en las islas, viendo como llegaban los militares argentinos (esos que secuestraban y desaparecían gente en su país). Pensar cómo se vería la vida desde el baño, usado como refugio de los bombardeos. “cuando no se quiere ver, no hay más que cerrar los ojos”, así que seguramente sea más cómodo dejar de ponerse en el lugar del otro y seguir pensando en que “los chicos de la guerra” fueron solos los soldados argentinos y seguir gritando los goles del Diego en el 86, recordando la arenga previa del 10 “vamos eh, vamos que estos hijos de puta nos mataron a nuestros pibes, nuestros amigos, vecinos ¡no podemos perder!”

Podría decirse que parte del ser argentino es sostener un nacionalismo raro, descendiente de inmigrantes. Quizás por eso la exageración, lo irracional. Hay otros nacionalismos que, sin compartirlos, son más fáciles de entender (el Estado argentino tiene apenas 200 años). Los nacionalismos de Ucrania y Rusia deben ser más complicados, pero en el fondo los Estados tienen rasgos parecidos. Los niños rusos tienen su Paka-Paka y un Zamba que les baja línea. Seguramente en Ucrania tengan algo parecido. Lo otro, es casi igual. Estados que tienden a expandirse, geopolítica que habla de autodeterminación de los pueblos cuando les conviene y militares que secuestran, matan o torturan en nombre de la patria. Los baños donde se esconden los pibitos tampoco deben ser tan distintos.

Por suerte la propaganda estatal no es infalible, y resulta esperanzador pensar que muchos de esos niños, llegado el caso, van a negarse a matar a otro en nombre de la patria o el Estado.