En cuestión de horas el circo democrático entra en ebullición. Después de semanas donde “unos” y “otros” intentaron hasta el hartazgo ver quien era el “menos malo”, la farsa electoral toma con exclusividad preponderancia social y mediática. Como si después del 14 de noviembre, y vaya a saber por designio de que fuerza oculta, el Congreso (en este caso hablamos de elecciones de medio tiempo) dependiendo de la voluntad del “pueblo soberano” (ese que nunca se equivoca) se transforma en “la fuerza nacional y popular que todo lo puede” o, por el contrario, la derecha, cual Leviatán, nos sumerge en las tinieblas. Así de patética es la discusión en Política. Lo que tenemos claro, no por eruditos, sino por el sentido común, es que el 15 de noviembre todo seguirá igual. Cambiarán colores en las bancas del Congreso, el dólar seguirá siendo el actor principal de la película donde el único movimiento parece ser el ascendente, las coaliciones políticas cambiarán según intereses individuales al ritmo de “llevar agua para cada molino” pero en esencia todo seguirá como el 14, el 13 o el año pasado.

Cual slogan publicitario nos dicen que “la democracia está en deuda”. Nosotros, por su parte, decimos que la democracia de representación indirecta es esto. Que desde el 83 a la fecha siempre hubo excusas para justificar el entramado social: que a Alfonsín “no lo dejaron”, que Menem no era un “verdadero peronista”, que De La Rúa era un “inepto”, que los sucesivos presidentes post revuelta de 2001 no estaban a la altura de las circunstancias, que Néstor se murió sin poder llevar adelante la “América Latina grande”, que a Cristina no la dejaron seguir, que Macri es la encarnación del diablo en la tierra y que Alberto es un simple profesor universitario. El Poder, sus formas y el discurso conciliador al servicio de la democracia capitalista. En el lenguaje partidario somos simples guarismos que, cada 2 o 4 años, volcamos el carro para alguno de los márgenes.

En diferentes notas, y a partir de diferentes enfoques, pusimos en la mesa argumentos validados en estadísticas para mostrar que cualquier arista social, como consecuencia de la Política como relación y sustento democrático está inevitablemente en la columna del “debe”. Resulta redundante y cansino repetir los números (rojos, bien rojos) en lo referido a inflación, pobreza, indigencia, empleo, poder adquisitivo y un sinfín de etc. Sin importar el color, los que pierden son siempre los mismos y sólo para ejemplificar basta confirmar que el 40,6% de los argentinos son pobres (cerca de 19 millones de personas). A su vez, el 10,7% (5 millones de personas) están en la indigencia. De esta forma, cualquier teoría o plan socioeconómico desde la Política pierde credibilidad en su contraste con la realidad.

Y pese a que todos (o la gran mayoría) saben de antemano como será el “día después” sin importar quien gane, no somos ingenuos y sabemos lo complejo de abordar la realidad. El entramado social se asienta en infinidad de mecanismos (represivos y de los otros) para sostenerse y mutar de diferentes maneras.

También tenemos claro que nuestra nula incidencia social no imposibilita tener algo que decir. Por el contrario, nuestra debilidad puede (y debe ser) el punto de partida para, en algún momento, ser lo que alguna vez fuimos (o al menos intentarlo). Al juego democrático y sus trampas los conocemos bien, y como decía una vieja tapa de un diario anarquista (y que ya utilizamos en alguna nota): “en tiempos de elecciones es tiempo de andar a destiempo”.