“Sergio no es un hombre de derecha es mas progresista que muchos que se dicen progresistas”. Jorge D’Onofrio, Ministro de Transporte bonaerense.

Nuevamente nos encontramos ante la gran encuesta de la política que se dio en llamar las PASO, donde cada equipo de campaña se prepara para hacer los ajustes y cambios necesarios para la verdadera competencia en octubre. Somos espectadores de como los políticos usan lo que tengan a mano como munición contra sus oponentes; el aumento del dólar, que parecía definir la recta final, ha sido eclipsado en las últimas semanas por la inseguridad.  Ese confiable caballito de batalla que logra mover al electorado un poquito mas hacia la derecha y de esta forma asegurar una tendencia en el cínico juego de la democracia representativa. Este giro no es casualidad. Basta con leer cualquier sección de policiales para darse cuenta de que algunos temas reciben más cobertura cuando pueden ser utilizados políticamente. La realidad social no siempre aparece en la televisión, y cuando lo hace, no es un evento al azar.

El discurso de los medios y políticos sobre la seguridad solo busca apelar a la emoción de quien escucha. Una vez que el discurso está en marcha, las letrinas de las redes sociales hacen el resto, propagando un lenguaje deshumanizante que no permite ningún tipo de análisis crítico. Bala. Las soluciones a problemas complejos se resumen de la forma más simple posible. Bala. Este lenguaje simplista y las propuestas superficiales se infiltran en la cultura, yendo más allá de los medios digitales, y se transforman en discursos políticos. Bala.

El avance de la derecha

Argentina es uno de los países con mayor cantidad de policías per cápita en el mundo, superando a naciones como EE.UU., México, Italia, Francia y muchos otros. Además, en términos de número total de policías, superamos a la mayoría de los países. La videovigilancia es común en los centros urbanos, con la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) a la cabeza, que se enorgullece de contar con más de 15.000 cámaras monitoreando los movimientos de los ciudadanos en todo momento.

A pesar de esto, desde los tiempos de Juan Carlos Blumberg, se reclama por más presencia policial, más patrulleros, más cárceles, más vigilancia y leyes más duras. Existe un clamor social de cierto sector de la ciudadanía que exige estas medidas, pensando que a mayor poder policial habrá menor criminalidad. Sin embargo, esto no ocurre en la práctica.

“Cuando hay una persona que roba un celular es un futuro homicida y tiene que estar detenido, tiene que trabajar para solventar a su familia cuando esté preso, tiene que trabajar para solventar los gastos que ocasionó (a la víctima) y tiene que trabajar para tener su mecanismo de vigilancia electrónica por los próximos diez años. Además, tiene que haber una agencia del Estado que vigile a todas esas personas que robaron un celular”. Sergio Berni, Ministro de Seguridad de la Pcia. de Bs. As.

En los últimos años, hemos observado cómo el discurso del progresismo y de cierta parte de la izquierda puso su eje central en detener el avance de la derecha. Pero esta derecha a detener no era el sector apalancado en la sociedad argentina que sigue esperando por la segunda venida de Videla. No, esta es otra derecha que no se diferencia demasiado en su discurso de la anterior pero contiene a una parte de la juventud y de la sociedad descreída de los políticos. En Argentina, esta derecha sigue siendo marginal, pero crece gracias al accionar de quienes dicen enfrentarla. Al poner sus esfuerzos en combatir a Milei como enemigo principal, permitieron subir al ring a un personaje que no tenía mérito alguno más allá de ser un mediático más. Milei no es la ultraderecha; es solo un títere que utiliza la derecha clásica, la de siempre.

Como una profecía autocumplida, la necesidad de capturar al electorado imaginario de Milei fue redefiniendo el eje de la política argentina permitiendo a la derecha avanzar. Cualquier político con una oportunidad real en estas elecciones encaja perfectamente dentro de la abstracción que llamamos derecha política. Dentro del espacio de Juntos por el Cambio, Larreta ha tenido que radicalizar sus posturas para evitar ser eclipsado por Patricia Bullrich, la ex montonera que representa algunos de los peores valores de esta sociedad. Ante este panorama, la jefa espiritual del peronismo decidió que nada era mejor para enfrentar a la derecha que otra derecha, y eligió a Massa como candidato de su espacio.

“Tenemos que limpiar a la Justicia, hay que barrer la Justicia de los jueces sacapresos, a aquellos que desde muchos años fueron protegidos desde el poder, que transformaron a los delincuentes en víctimas y transformaron a las víctimas en abandonados”. Sergio Massa.

Massita y las ventanas rotas

En la política argentina, la memoria colectiva se moldea según la conveniencia del momento. El amplio abanico del peronismo vuelve a aceptar a Sergio Massa, un ex UCeDe que creció en la política gracias a su continuo discurso promoviendo la mano dura. Su candidato a vicepresidente actual se muestra horrorizado ante los dichos de Patricia Bullrich, que propone usar a las Fuerzas Armadas para la seguridad interior, pero Sergio Massa lleva años proponiendo exactamente lo mismo. De igual forma, su spot de campaña en 2015 abogaba por bajar la edad de imputabilidad a 14 años.

La doctrina de Massa durante su gobierno en el partido de Tigre estuvo fuertemente influenciada por el gobierno de Rudolph Giuliani en Nueva York. Su implementación de la teoría de las ventanas rotas se llevó a cabo con una política de tolerancia cero. Esta teoría sugiere que mantener y monitorear entornos urbanos para evitar el vandalismo y el descuido (como una ventana rota en un edificio abandonado) puede prevenir delitos más graves. De esta forma no solo se aumentó la presencia policial sino también se puso el foco en delitos menores como el grafiti y la evasión de tarifas en el transporte público intensificando también los controles y cacheos contra la población, en especial contra la población pobre y negra.

Siguiendo sus políticas de cerca, Massa puso a Tigre como el ejemplo en videovigilancia que luego sería imitado en los demás partidos. En el año 2017, Giuliani visitó Argentina, o mejor dicho, visitó a Massa. Pero no fue solo Giuliani quien vino a visitarlo durante su anterior gestión. También lo hizo el ex presidente de Colombia e icono de la derecha latinoamericana Álvaro Uribe. Según Massa, “es importante tomar esas experiencias y aprender de aquellos que le ganaron al narcotráfico.” La experiencia de Uribe es en mayor medida su lucha contra las FARC, una que dejó miles de muertos y desaparecidos. Muchas de esas muertes eran producto de los llamados “falsos positivos”, donde se asesinaba a personas para luego decir que pertenecían a la guerrilla. Uno de los militares de la época lo explicaba de esta forma: “la orden de los comandantes era acabar con la guerrilla, costara lo que costara. Al punto que en la parte rural, todo el que vistiera de negro, o todo el que vistiera de blanco y negro, era guerrillero y tenía que morirse.”

Estancados

“Todos somos buenos, pero cuando nos controlan y nos vigilan, somos mejores”. Cristina Kirchner.

Es en esta memoria maleable donde se crean los mundos de fantasía que presentan a la sociedad una opción simplista: votar a Massa es “en defensa propia”, como dijo él mismo en su cierre de campaña. Lo único que parece poder detener el avance de la derecha son las papeletas en las urnas que contengan el nombre de los representantes del multifacético peronismo. Los mismos que no son de derecha pero que, a pesar de que los jóvenes genuinamente creían que antes de Macri no había existido represión, pacificaron a fuerza de encarcelar a luchadores sociales, profesionalizar la vigilancia de sus opositores, y reprimir las luchas de un pueblo que todavía recordaba la rebelión del 2001.

Este tipo de discursos tiene consecuencias, cuando el discurso se simplifica hasta imitar el antiguo testamento cada ofensa a la ley, por pequeña que sea se ve enfrentada por el pedido del máximo castigo. Cuando Sergio Berni propone que quien roba un celular es un futuro asesino habilita a justificar cualquier cosa. Entonces cuando un manifestante corta una calle, tira una botella a un policía o golpea un escudo con un palo la muerte es un castigo aceptable. El nivel de cinismo y odio que hoy son parte de la cultura son reflejo de este constante bombardeo de consignas fáciles que habilitan a personas a decir cosas terribles y ser festejadas por los algoritmos que promueven el conflicto como moneda de cambio. 

El discurso alrededor de la absoluta obediencia a la ley permea incluso los ámbitos de izquierda, donde se siente la obligación de aclarar si una manifestación era pacífica, si había violencia o se había “provocado” a la policía. Ninguna circunstancia hace de la muerte algo más o menos justificable. De igual forma, al hablar de crímenes en barrios populares, se alude a que las zonas están “liberadas”, como si una mayor presencia policial no fuese parte del castigo que sufren las juventudes de esos barrios.

La paz social solo puede conseguirse a través del miedo; no existe un acuerdo entre las fuerzas sociales y el Estado. No hay reglas en este juego. Si una protesta es pacífica, puede ser reprimida; si un trabajador intenta volver a su casa, puede ser golpeado por un policía. Esta es la realidad palpable en la que estamos inmersos, y creer que existen reglas que deberíamos cumplir no solo es pecar de inocente, sino también mantener las estructuras represivas que hacen posible este mundo.

Vivimos estancados en los infinitos ciclos de la democracia representativa, donde una y otra vez se presentan como opción diferentes versiones de los mismos representantes que prometen ser diferentes a los anteriores, sin importar quién estaba antes. Nada cambia; los discursos siguen siendo los mismos, y el hartazgo de la política es recuperado por los políticos en forma de odio canalizado al grupo opositor. La historia demuestra que los ciclos pueden romperse por breves momentos y que cualquier mejora, cualquier progreso social solo se consigue por medio de la lucha contra el Estado. El papel que entra en la urna no altera nuestra situación, solo presenta diferentes sabores que pueden hacer nuestra realidad más o menos digerible por un tiempo. Esperemos no estar condenados a seguir viviendo en esta era del mal menor.