¿Qué se puede agregar que no se haya dicho? Porque no solo no es la primera vez que pasa, sino que lo hace bastante seguido; quizás, lo único que no se puede, es no decir nada.

En el lapso de solo dos meses, las fuerzas de “seguridad” se cargaron a tres pibes (que sepamos, vaya a saber uno cuántos muertos en ’enfrentamientos’ hubo) en situaciones que lo menos que generan son dudas, pero que a su vez confirman lo que ya sabemos: el “gatillo fácil” no existe. Se entiende por gatillo fácil el hecho de que un agente o varios, de manera espontánea (sin seguir ninguna orden explícita de sus superiores) dispara sobre la población civil en un contexto que, en principio, enturbia la misma fuerza. Pero resulta, que la primera reacción de la cúpula es siempre la de encubrir o embarrar aún más la cancha, hasta incluso, desde el poder político, como suele hacer Patricia Bullrich (y también supo hacer Sergio Berni, porque no hay camiseta para ser botón), primero respaldar el accionar y después vemos. Con ese marco, es evidente, que las fuerzas se sienten contenidas en su accionar y obviamente, no tardan en multiplicarse los tiros.

Recordamos a la llamada Maldita Policía que sostenida en el discurso de la mano dura hizo estragos en la provincia de Buenos Aires en los noventa. Para quien no conozca o no recuerde, entre las genialidades que hicieron (y que siguen haciendo seguro) como el juego clandestino, trata de personas y narcotráfico, resaltan la llamada Masacre de Wilde (algo así como lo de Mar del Plata mencionado más adelante, pero con 270 tiros), la Masacre de Ramallo (un robo bancario donde la gorra mata a los ladrones y a los rehenes; el único ladrón sobreviviente se ahorca en la comisaría… pero todos sabemos que nadie se suicida en una comisaría), el secuestro, tortura y asesinato de Miguel Bru (estudiante de periodismo de La Plata que demostró con su cuerpo que en el año 1993, las prácticas de la dictadura estaban intactas) y el asesinato de José Luis Cabezas (quien con una fotografía le puso rostro a un empresario, Alfredo Yabrán, ligado al gobierno de Menem y casos de mafia y corrupción, y apareció muerto dentro de su auto incinerado). Aunque tampoco fue exclusividad de los noventa ni de la bonaerense. Tranquilamente, y solo por mencionar los casos más llamativos (estamos convencidos que, en las otras provincias, seguro hay muchos más) más acá nos encontramos con la desaparición de Julio López (sobreviviente/testigo de la última dictadura), la desaparición y asesinato de Luciano Arruga (un pibe que se negó a robar para la gorra, que fue detenido, torturado y empujado a una autopista para ser atropellado), Santiago Maldonado, muerto luego de un operativo de gendarmería (compañero apoyando la lucha mapuche en Chubut), asesinato por la espalda de Rafael Nahuel (mapuche que bancaba una toma de tierras, muerto por la espalda por prefectura), la masacre de San Miguel del Monte (muy parecido a la de Pompeya, Wilde y ahora Mar del Plata, donde la yuta persigue a un coche con 5 pibes, la mayoría menor de edad y abre fuego matando a tres de ellos) y Facundo Astudillo Castro encontrado muerto por asfixia en el sur de Buenos Aires (un pibe que se peleó con la mamá y salió a caminar en la pandemia hacia lo de su novia y fue detenido por la policía), y etc., etc., etc. Diferentes causas; diferentes fuerzas; diferentes gobiernos; mismo final.

Entonces, se cae de maduro que ninguno es un caso aislado, sino una conducta de quienes patrullan y quienes mandan a patrullar, ya sean de una fuerza, de un ministerio o de un juzgado. Son las instituciones.

Hace dos meses la ministra Bullrich lanzó en la frontera norte de la Argentina el “Plan Güemes” para la lucha contra el narcotráfico y fue a poner 200 metros de alambre en una bizarra demostración de inutilidad con la medida y con la pala. En ese lapso las intervenciones de la Gendarmería terminaron con dos jóvenes trabajadores muertos.

Fernando Martín Gómez, de 27 años, fue asesinado en la madrugada de este miércoles 18 de diciembre en el “puesto 28” cerca de la ruta nacional 50 que une la localidad de Aguas Blancas con la ciudad de Orán. Al menos otros cuatro trabajadores resultaron heridos por los disparos de los gendarmes.

Rodrigo Torres de 22 años fue asesinado el 6 de febrero, por cuatro gendarmes, cuando viajaba en su moto en La Quiaca, Jujuy.

Mientras tanto, en la provincia de Buenos Aires, al son de la guerrita entre provincia y ciudad para ver quién es más inoperante, el mismo día 6, asesinan a Matías Paredes de 26 años, cuando volvía de la presentación del plantel de Alvarado en Mar del Plata, con sus amigos, cuando fueron perseguidos por oficiales de la bonaerense vestidos de civil, quienes abrieron fuego sobre Matías y los suyos. Muy parecido a demasiados casos como la masacre de Pompeya o la de San Miguel del Monte…

Distintas fuerzas, mismo accionar. Cambian los gobiernos y las épocas, las víctimas siempre son pobres, laburantes.

Seguro tenían afectos, padres, parejas, hijos, amigos, pero sobre todo ganas de vivir, aunque no vimos en los grandes medios campañas constantes de indignación sobre estas muertes, como si unas dolieran más que otras. Seguro tiene que ver con la miseria de la politequería berreta de hoy en día, y con la moda de ser lo más vigilante posible, que casos se levantan y que casos se ocultan, pero es cosa nuestra estar atentos a lo que pasa a nuestro alrededor y comprender que lo único que tenemos es a los nuestros, al compañero, al vecino, y que no podemos pedir ni esperar soluciones de quienes año tras año, gobierno tras gobierno, por un motivo o por otro, solo sacan y tiran.