Ganó la política. Tal es el balance realizado por los sabios del tema luego de la gesta democrática del pasado octubre. Y coincidimos. A pesar de las sobradas muestras, ejemplos y acciones (judiciables ellas por motivos variados), la población en esta región nuevamente vuelca sus esperanzas de una vida mejor dentro de una urna que nunca responde con realidad las promesas pintadas en boletas y propaganda.

Los CEO’s que estuvieron en el poder los últimos cuatro años, y que hubieron ganado las elecciones haciendo gala de ser outsider’s, que aunque mentira, esgrimían provenir de fuera de la política y por lo tanto, no traer sus vicios (recordemos que el mismo Macri fue ocho años jefe de gobierno porteño, tiempo suficiente para contagiarse de todo y parte de la coalición de gobierno, aunque ninguneada, es solo el partido más viejo de la región) se toparon con un cachetazo en las PASO que los hizo dar un giro de 180 grados en sus estrategias electorales; y ese giro fue precisamente hacia la política. Si bien a lo largo del mandato de Macri fuimos viendo cómo, incluso con peleas en sus propias filas, el ala política de Cambiemos por momentos se imponía sobre el ala pragmática, no fue hasta el último tramo de la campaña que en un acto de desesperación, rompieron sus propios mandatos. Actos públicos por todos lados (eso de treinta actos en treinta ciudades que no convocaba demasiado salvo excepciones), tocar a la gente (¡hasta besarle los pies a una señora!), acercarse, como si eso lo hiciera pasar por un hombre más, esgrimir el haber sido presidente de un club de futbol (¿?) y cambiar de creencia religiosa (o acomodarla un poquito) sabiendo que el de enfrente se sabe amigo del jefe de la iglesia católica. Política. Sacar por decreto un pago único destinado a determinados sectores de bajos recursos sin cumplir con sus propias reglas de cómo hacerlo por ganar unos votos es tan miserable como pedir que no se pague porque no siguió el camino debido, tal el pedido de la todavía oposición devenida en oficialismo estos días. Decimos determinados sectores porque fue totalmente dirigido, basado en las estadísticas que les brindaron las PASO (esas elecciones que tienen menos sentido que las elecciones… ¿o lo tienen?), es decir, con los números puestos reforzaron donde necesitaban conseguir votos y no donde había más necesidad evidenciando una forma de sobrevivir de los oficialismos en el gobierno dentro del Estado.

Mientras tanto, en la otra vereda se jactaron, y lo siguen haciendo, que durante este período lo que faltó fue precisamente política, acusando de insensible a lostécnicospor las medidas que tomaban, por no tener contacto con la realidad y no patear las mismas calles que “la gente”… esas que ellos sí patean en Puerto Madero.

Después de cuatro años de desengrasar al Estado de militantes, como dijera Alfonso Prat Gay, ex ministro de economía, en un giro literario, obvio como el que más, engrasan nuevamente la maquinaria estatal pero con propios, por decreto y con condiciones de trabajo digno de una negociación sindical sin precedentes. La envidia de Moyano. Se trata de cargos jerárquicos que van desde los cien mil a los doscientos mil pesos (nada más) y que gozan de estabilidad durante cinco años. Este acuerdo fue negociado con UPCN, sindicato dócil y entregador si los hay, que nunca, con ningún gobierno, siquiera empató la inflación para sus afiliados (en general no es personal jerárquico, ni cerca). Vemos como los técnicos pragmáticos aprendieron muy bien cómo funciona el juego de la política; y como se hace caja, porque cualquier aspiración de poder a futuro requiere de una gran estructura para lograrlo y eso no es barato. Pero no nos alarmemos, que ya se ha respondido esta cuestión: decreto mata decreto dijeron. Maravilloso.

Las mismas prácticas que se criticaban a los otros, sobre lo que se construyó una épica republicana que ayudó al ascenso de Cambiemos al poder, se ven hoy más claras en la coalición gobernante. Lo único que ha cambiado realmente es el qué y contra quien. Y obviamente, en el nuevo cambio de mando no esperamos otra cosa que más de lo mismo con algunos matices. La justicia mirará otros delitos de otras personas que hoy no ve, sectores afines al nuevo gobierno la juntarán con pala y los otros también pero enojados y despotricando (no, los laburantes no, obvio), seguirá la inflación pero le echaremos la culpa a la herencia el primer año y dependiendo que tanto apoyen los medios, aparecerá a quien echársela de un lado o del otro si esta persiste alta, seguirán creciendo las fuerzas de seguridad en presupuesto o en nuevas fuerzas (pero esta vez mejores, populares y democráticas ¿no Vicky?) y seguiremos mirando al dólar con pánico como siempre, pero más hechos mierda. Pasarán cosas.

En estos meses electorales por un motivo u otro (los mercados no quieren a los K, los mercados sienten temor, los mercados se cubren por las dudas, los mercados…) nos ha ido aumentando el costo de vida de una forma inusual dentro de una región inusual como lo es esta. Aumento de los servicios, combustible (que no para de subir y arrastra a toda la economía) y morfi todos por encima de la inflación que está proyectada a esta altura en un 58,5% anual. Lo más fácil de arreglar.

Pero no termina ahí el lodo. La política, lejos de una connotación positiva la entendemos como la suma de acciones que deben realizarse en la puja por el poder para obtenerlo, mantenerlo o permanecer cerca y así, en algún momento pegar el zarpazo. En esta búsqueda, lo ideológico no necesariamente tiene mucha cabida y eso habilita a que el fin justifique los medios; es decir, todo es válido para obtener o conservar el poder. Se habilita decir y hacer cualquier estupidez con tal de ganar un poquito de poder, incluso si se va en contra de su propia ideología… o solo se evidencia un poquito más de esta. ¿De qué hablamos?

Vale recordar que en 1989 Alberto Fernández, flamante presidente por peronismo revolucionario (¿?), acusaría Pichetto, participó del gobierno de Menen, luego fue legislador porteño de una lista coalición de cavallistas (si si, de Domingo, padre del 2001), duhaldistas (claro que sí, el cabezón de Banfield, de quien ahora pidió un monumento por su conducción del poder en el período del 2002 al 2003, siendo el responsable político junto a Felipe Solá, flamante canciller, de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en la ex estación ferroviaria de Avellaneda) y del partido de Beliz (que hoy está en boga de vuelta) y hoy se define de centro izquierda. Envidiable cintura el muchacho. Y esto es solo una muestra.

En general, la derecha tradicional se planta más claramente en su ideología, donde, menos ellos el resto son mano de obra que debería de ser gratis para que puedan ganar más. La cuestión de clase la tienen bastante clara. Una pisca de xenofobia, un toque de catolicismo, evangelismo o alguna cosa mística de moda, algo de baja de salarios, otro poco de achique del estado, meritocracia para justificar a los que quedan excluidos (o sea, si no te esforzás quedas fuera por tu culpa), olor a militares en el aire, fuerzas de seguridad liberadas en sus acciones y banderas patriotas para todos. La centro derecha en general piensa lo mismo pero aprendió que no puede decir eso en vos alta y se cuida más en los modos, en las formas. Clarísimo.

La izquierda tradicional básicamente ya no existe, al menos por estos lares, pero cuando ha tenido el poder, completó la lista de la derecha bastante bien y hasta en algún caso con creces. Lo diferente es siempre lo discursivo, el mensaje que buscan transmitir y algunas cosas que entendemos son importantes para el común de la gente. Es innegable que en su teoría y en algo de su práctica hablan de redistribución pero no pasan de acciones llevadas a cabo para lograr el mismo control social que pretende la derecha por otros medios.

Resulta más problemático al análisis y entendimiento de la actualidad, el sector que se denomina y pretende ser ‘el progresismo’. Otra vez, en esta región.

Se confunde el populismo con izquierda y lo popular (como si esto per sefuese bueno), y es en esa confusión que emerge, crece y se alimenta firme desde hace años el peronismo. Pero el principal problema es el bagaje ideológico, no porque el general no haya tenido claras sus ideas y objetivos, sino por la infinidad de visiones que encontramos hoy al respecto. Todos son peronistas. Pañuelos verdes, pañuelos celestes, economistas ortodoxos y heterodoxos, católicos, evangélicos y no creyentes, liberales y como vemos últimamente, los que se definen de centro izquierda (no quiere decir que les creamos), todos conviviendo en el mismo movimiento y con un solo fin claro: la toma del poder político (para sacar a la derecharezan cual eslogan como si el mismísimo Perón hubiese sido de izquierda).

Ante tal ensalada, comienzan los discursos que abonan reinterpretaciones de la historia y de la coyuntura que justifiquen para cada quien, su posición. Mientras que para el progre, todo lo militar está mal, parecen no notar que Chavez o el mismo Perón (mas discutido este último en este país) no eran precisamente laburantes. Lo que molesta de los milicos entonces es que no respondan a intereses propios.

Lo mismo del otro lado: cualquiera que reclame algo, por más justo y merecido que sea automáticamente es un vago que quiere vivir del Estado; Estado que hay que achicar al máximo, salvo por la policía. Pero esa miseria discursiva no es una exclusividad argentina, sino que es inherente a la clase política sea de la región que sea. Con los acontecimientos que se están desarrollando en las últimas semanas en Sudamérica tenemos sobradas muestras de eso. Cada quien quiere justificar el mismo hecho con su mirada, y de ser necesario mintiendo para ajustar la realidad al discurso propio, con una liviandad que no tiene comparación. Hablar de lo que acontece en un país vecino desde la comodidad de la sala de estar de un departamento bien amueblado en un barrio lindo es por lo menos imprudente. Pero la inmediatez con la que vivimos obliga a estar siempre en la primera línea política opinando de todo, todo el tiempo.

Entonces lo que ocurre en Venezuela es una dictadura sangrienta para unos y un patriota resistiendo los embates del imperio para otros; Chile vive una dictadura para los que defienden a Maduro y un país modelo azotado por vándalos para los que no; Ecuador debería llamar a elecciones anticipadas para estos y está sufriendo intentos de golpes de estado para aquellos… Lo único seguro es que las concepciones son binarias: o con unos o con otros. En esa arena también gana la política.

Sabemos que lo ocurrido en el cono sur es muy complejo de entender (y no decimos que lo hagamos) y de múltiples y distintos factores en cada región, pero que si hubo un golpe fue contra el pueblo boliviano más allá de los que se abogan para sí el poder; que el pueblo chileno decide salir harto de sobrevivir con lo que le sobra a la clase alta y no cede; que la república bolivariana se desangra en el exilio de su gente y en la muerte de los que no pueden irse; que Ecuador se encamina a un lindo quilombo empujado por la ambición y la pelea de sus ‘líderes’, siempre en nombre del pueblo; que en la región colombiana la desigualdad social y el retorno a la violencia paramilitar coronó un huelga general y parece que no terminará allí… y que si acá no voló todo por los aires fue porque hubo elecciones, que descomprimieron por el hecho de que Macri se vaya (¿habría esta paz si perdían los Fernandez?) y al peronismo se le dio en jugar al buen ciudadano y contener la conflictividad.

Parece que al final los pueblos hastiados de mentiras y promesas, de acá a Hong Kong, pierden la fe en que los políticos sean quienes puedan darle soluciones a sus necesidades y salen hacerse cargo a las calles. Quizás esté empezando a perder la política.