El Terror Institucional

Nunca jamás en la historia política de este suelo, gobierno alguno, por más méritos que haya hecho - y vaya si los hicieron conservadores, radicales, etc. - tuvo que cargar sobre su “conciencia” la aterradora cantidad de crímenes que hoy y aquí cuentan en su haber los grupos de poder que, directa o indirectamente, asumieron los “destinos de la Nación” el 25 de mayo de 1973.

Las matanzas de 1909, de la Semana Trágica, de La Forestal, de la Patagonia Fusilada, que son mojones de sangre y dolor en el largo camino de las luchas sociales llevadas a cabo por el proletariado militante del país, hoy empalidecen ante el grado de barbarie alcanzado por obra y gracia de los propugnadores y realizadores de la llamada “Revolución en Paz” justicialista.

Cuando hacemos alusión a los grupos de poder que “directa o indirectamente” son totalmente responsables de los asesinatos, los secuestros, las torturas y el terror que se ha enseñoreado en la “vida nacional”, nos estamos refiriendo concretamente a los empresarios, al Ejército, la Policía, el Clero, los políticos, la prensa y la C.G.T. Salvo honrosas excepciones, todos ellos han avalado con su participación directa o con su silencio cómplice y especulativo el accionar del Poder Ejecutivo.

Allí están sus realizaciones, harto elocuentes por sí solas:  

  • Pacto Social  

  • Acta de Concertación  

  • Grupos para-policiales y militares  

  • Homilías guerreras  

  • Represión, torturas y cárceles llenas  

  • Corrupción y venalidad  

  • La inflación más alta del mundo

Y muchos otros hechos que prueban palmariamente que la conjunción de aquellas “fuerzas” ha escarnecido a un pueblo y lo ha llevado a “olvidarse” de los valores humanos, de la dignidad y de la solidaridad. El miedo y el terror institucionalizados han sentado sus reales.

Los grupos para-policiales y militares han actuado con total impunidad, en algunos casos rozando el asombro. Vaya como ejemplo los asesinatos ejecutados en la localidad de Temperley, donde los criminales se movieron durante tres horas sin ningún tipo de obstáculos. Ahora que se ha “destapado la olla”, como vulgarmente se dice, son muchas las voces que pueden oírse pidiendo “investigaciones”. Pero no recordamos ninguna, en aquel momento, de empresario, cura, político, periódico, sindicalista, militar, etc., que haya preguntado seriamente dónde estaban las “fuerzas de seguridad” que no aparecieron durante todo el tiempo que duró la masacre. Solo las remanidas condenaciones a la violencia de compromiso.

Ninguno dijo que el Estado es el generador de todas las violencias, entendiendo esto no desde nuestra concepción ideológica, por supuesto, sino desde sus mentalidades “democráticas”. Muy por el contrario, algún político obsoleto tuvo el descaro de calificar de “guerrilla industrial” a los trabajadores que, luchando por justas reivindicaciones, se juegan su vida y la de sus familiares tan solo por enfrentar la prepotencia patronal, sindical y estatal.

Y el drama argentino continúa desarrollándose por estos carriles… Todos los días se sigue matando, vejando y atropellando. El Ejecutivo dicta decretos que burlan olímpicamente la ficción de libertad que se vive. Los burócratas sindicales reclaman y “pelean” por una porción mayor de poder, hablando y actuando en nombre de un movimiento obrero al que no consultan para nada. Los mercaderes del Parlamento recomponen sus disfraces de “representantes del pueblo” y suman y restan con el ojo puesto en las próximas… ¿elecciones?

Los militares se aprestan para asumir la dictadura desembozada que se avecina y que muchos reclaman y esperan. Los comerciantes gritan y patalean por un lado y, por el otro, le meten la mano en el bolsillo a los consumidores descaradamente. Todo esto y mucho más, que escapa a esta breve reseña, conforma un panorama sombrío y aterrador al que solo podrá poner fin el pueblo todo cuando se decida a decir: ¡Basta ya!

Cuando retome y rescate las tradicionales y siempre vigentes banderas de la libertad y la justicia. A pensarlo bien entonces, que la cosa va muy en serio; trágicamente en serio. Tanto, que la vida de todos y cada uno se cotiza a la par del peso moneda nacional, y mejor no recordar su poder adquisitivo. Ya no pueden quedar convidados de piedra. A actuar entonces, a demostrar que hemos aprendido la dolorosa lección; que comprendemos y entendemos que no podemos confiar en nadie sino en nuestras propias fuerzas.

Y que esas fuerzas no debemos delegarlas en “representante” o burócrata alguno, venga de donde venga: derecha, centro o izquierda. Porque todos, sin excepción, históricamente nos han engañado, vendido, escarnecido y sojuzgado. Y lo seguirán haciendo si cuentan con nuestra complacencia e indiferencia. La tarea no es nada fácil, urge empezarla o continuarla; mañana puede ser demasiado tarde. A sumarnos entonces a los que en fábricas, talleres, oficinas, universidades, sindicatos, publicaciones, etc., deliberan y actúan por sí solos, despreciando a los que hacen cola para encaramarse en los aparatos del poder. A los avances desmedidos del autoritarismo y el terror respondamos con la práctica efectiva de la solidaridad, sin retaceos ni especulaciones.