La ayuda mutua es el principio que predomina en la existencia humana. Es más grande que el de la lucha de clases, que resulta de las imposiciones a la sociedad. La gente común practica la ayuda mutua como cuestión que se da por supuesta (por ejemplo, los encargados de las lanchas de salvamento), o en todo caso reconoce que apartarse de ello es vergonzoso.

Una sociedad basada en la ayuda mutua es natural para el hombre. La sociedad en la cual no se la practica es antinatural. Se nos imponen instituciones represivas. Debemos eliminarlas. La sociedad libre no debería necesitar de apologistas. Los que cuestionan su practicabilidad quieren decir que ciertas instituciones represivas son esenciales. Sin embargo, la mayoría de las personas coincidirían en que podríamos prescindir de algunos de los Órganos de represión, aunque haya desacuerdo acerca de cuáles de ellos son indispensables. Los múltiples instrumentos represivos del Estado incluyen: El aparato del gobierno: la legislatura; la judicatura; la monarquía; los funcionarios públicos; las fuerzas armadas; la policía; el partido (en los países totalitarios) o la organización política partidaria en otros lugares. El aparato de persuasión: la Iglesia (donde forma parte del Establishment), aunque en un Estado no secular podría ser parte del aparato del gobierno; el sistema educacional; el partido en su rol persuasivo— todo lo que hemos llamado, de hecho, “la neoiglesia”. El aparato de explotación: económica: el sistema monetario; los bancos; el control financiero; la bolsa de comercio; la gerencia en la industria. Muchos reformadores políticos desean abolir alguna parte del sistema no libre. Los republicanos consideran innecesaria la monarquía. Los secularistas desean abolir la Iglesia. Los pacifistas se oponen a las fuerzas armadas. Los comunistas objetan el aparato de explotación económica, por lo menos cuando no se basa en el Estado. Cromwell prescindió de la legislatura. Hitler hizo que la judicatura resultara una farsa. Los anarquistas son los únicos que desean abolir estas tres fuerzas de represión, y en particular la fuerza policial, pues la policía (o el ejército en función policial) es la piedra angular del Estado.

Es cierto que el gobierno asume el control de ciertas funciones sociales necesarias. De ello no se deduce que sólo el Estado pueda asumir tal control. Los empleados de correos son “funcionarios públicos” sólo porque el Estado los hace tales. Los ferrocarriles no siempre los manejó el Estado. Pertenecieron a los capitalistas, y hubiera sido igualmente fácil que los manejaran los obreros ferroviarios.

Actualmente somos más sensatos, pero hemos reemplazado una superstición por otra. Los oponentes del anarquismo nos aseguran que si elimináramos al gobierno no habría educación, pues el Estado controla las escuelas. No habría hospitales —¿de dónde saldría el dinero para sostenerlos?—. Nadie trabajaría —¿quién pagaría los salarios ?—. “No habría una muchacha virgen ni una rupia entre Calcuta y Peshawar”, acostumbraban asegurar presuntuosamente los angloindios a quienes deseaban abolir el señorío británico, pues sólo el Estado impedía el rapto y el robo (chiste que tomó un sabor amargo en la Europa ocupada por los nazis). Pero en realidad no fue la Iglesia ni el Estado, sino el pueblo el que proveyó lo que el pueblo tiene. Si el pueblo no provee a sí mismo, el Estado no puede ayudarlo. Sólo parece hacerlo porque ejerce el control. Quienes tienen poder pueden repartir el trabajo o regular el estándar de vida, pero esto forma parte del ataque contra el pueblo, no es algo que se emprende para ayudarlo. Considerar si los órganos de represión son indispensables o no es lo mismo que considerar si los armamentos del enemigo le son o no indispensables. Son esenciales para él si se propone realizar una conquista. Nosotros podemos encontrar argumentos contra ellos. El tratará de justificar esos armamentos. Nosotros debemos estar convencidos de la necesidad de su abolición. En estos términos, una sociedad libre es aquella en la cual se priva al enemigo de sus armas o, en otras palabras, en la cual quedan abolidas las instituciones represivas o se las elude de modo que resulten inútiles.

[…] Decir que una sociedad libre es quimérica equivale a decir que las instituciones represivas son esenciales y, por lo tanto, que la derrota es inevitable. […]

Para nosotros, ninguna institución represiva tiene valor excepto para la minoría conquistadora.