En las páginas de la historia, el proletariado ha escrito con sangre la epopeya de sus luchas. Son paginas de heroísmo, pedazos de vida. arrancados a la entraña del mundo, jirones de cuerpos desgarrados entre los engranajes del monstruo de cien cabezas y de múltiples vientres: el Estado. ¿Qué de extraño tiene, que de sus dolores y de sus infortunios, de sus ansias vindicativas traducidas en gestos de rebeldía, y de sus protestas ahogadas en sangre por los sicarios y los verdugos, hayan hecho un símbolo viviente?

Los hechos que pasan, páginas de la historia que vivieron generaciones desaparecidas, tienen el valor de las recordaciones que conmueven nuestro espíritu, nos indignan o nos consuelan. Pero los hechos que recuerda el proletariado, no son para él motivo de alegría: son fechas dolorosas que señalan una tragedia y agregan un martirologio más al eterno Calvario que sube, sin columbrar el final, la humanidad dolorida, vilipendiada y escarnecida.

Chicago, con su tragedia de 1886-1887, con sus horcas malditas y con sus brutales sanciones jurídicas, inaugura un nuevo período en la historia de las represiones y de las violencias gubernativas. El cinismo democrático, la ficción liberal de la burguesía que hizo suya la declaración de los derechos del hombre, se ponen en descubierto en el proceso que la plutocracia yanqui inicia a las ideas libertarias. Y el tribunal inquisidor, al mandar a la horca a los hombres que habían cometido el grave delito de pensar y de defender la causa de los humildes y de los sufrientes, marca la pauta a esa concepción jurídica del capitalismo, aplicada a la represión de los delitos sociales.

Los Estados Unidos siguen fieles a la jurisprudencia sentada por el tribunal de Chicago en 1887, y la plutocracia se ha servido de aquel ejemplo para ponerse al abrigo de las manifestaciones populares, persiguiendo encarnizadamente a los idealistas y reprimiendo a sangre y fuego todo movimiento vindicador.

El 1º de Mayo mantiene su valor humano como día de protesta universal, no tanto por los sucesos que determinaron su rememoración por la clase trabajadora, como por los acontecimientos que precedieron al episodio de 1886-87 y los martirologios que se fueron agregando a aquel bárbaro holocausto de sangre humana. Y se comprende que nosotros, fieles al simbolismo de esa tragedia, nos empeñemos en conservar su carácter de día de protesta al 1° de Mayo, ya que para los socialistas las horcas de Chicago son un motivo de holgorio y un pretexto para organizar mascaradas.

Chicago es el símbolo de la protesta del pueblo contra los crímenes del poder y las bárbaras expoliaciones del capitalismo. ¿Cómo puede ser llamada “fiesta del trabajo”, esa fecha que recuerda el asesinato legal de cinco trabajadores? ¡Ah, qué simbolismo encontrarán en las horcas los mercaderes del ideal, los puercos que se refocilan en la sangre de centenares de víctimas inmoladas en holocausto al Moloch capitalista!

Nosotros sólo podemos ver en el 1º de Mayo un motivo de protesta contra las castas poseedoras y dominantes. Y si esa fecha trágica pierde su significado y se convierte en una nueva fiesta incorporada al calendario; si la burguesía acuerda voluntariamente ese día de asueto a los trabajadores, y los políticos convierten en mascarada grotesca lo que debiera reflejar el dolor y la indignación del proletariado, entonces será menester que los anarquistas rompan con la tradición y se opongan a esa saturnal vergonzosa y degradante.

Conservemos, pues, el símbolo en toda su pureza. De lo contrario rompámoslo, ya que al perder su significado se convierte en un motivo de grosero fetichismo y de denigrante superchería. La tragedia de Chicago debe ser rememorada dignamente por los verdaderos revolucionarios. Y el silencio será la protesta más elocuente cuando ese día de dolor sirva únicamente para que las mascaradas de harapientos recorran las calles en una impúdica exhibición de todas sus miserias y de todas sus lacras morales.