Hay algo que a veces parece que olvidamos sobre personajes como Hitler, Stalin o Mao, y es que ellos no se veían a sí mismos como los malos de la película. Cada uno creía que estaba haciendo del mundo un lugar mejor (esta era su forma retorcida de entender el mundo). Lejos del ejemplo extremo, muchas veces escuchamos que tal o cual político/a, aunque sea, tiene buenas intenciones. El hecho de pensar que alguien tiene buenas intenciones es un juicio que hacemos en base a nuestros propios valores morales, es decir al conjunto de normas y costumbres de una sociedad en particular, en un momento determinado. Estos valores cambian a la par del modelo económico productivo y la forma de gobierno que también asimila (o recupera) los mecanismos de resistencia en su propia propuesta cultural. De la misma forma los límites de lo que es válido o correcto se ven influenciados por muchos factores, no sólo la situación económica que atravesamos sino también la propaganda de diferentes actores dentro y fuera del Estado. No por nada las poblaciones que experimentan situaciones de profundo malestar económico o que sienten amenazas externas que podrían atentar contra su forma de vida se vuelcan a gobiernos totalitarios o liderazgos que les prometen seguridad y estabilidad. Modificando la moral de una sociedad que puede llegar, incluso, a aceptar el exterminio de los que considera menos que humanos, ya sea por su orientación sexual, credo religioso o país de origen.

Entender porque llegamos a tomar decisiones morales es un tema complejo y generalmente termina siendo reducido a un debate entre egoísmo vs altruismo, Kropotkin en su estudio de “La Moral Anarquista” (1889) rompía con esta dicotomía planteando que sin importar si el carácter de la persona era egoísta o solidario, en una sociedad de iguales el resultado de sus acciones debería llevarnos al mismo lugar. Lo importante del estudio de la moral es poder intentar entender los comportamientos humanos, tanto los naturales y heredados que compartimos, en buena parte, con otros animales; como también los que necesitan ser aprendidos para el desarrollo saludable de una comunidad.

Mucho del análisis sobre la moral hecho hace unos cien años es compartido hoy en el estudio de la empatía en nuestros parientes cercanos como los chimpancés y bonobos, propiciando un origen en común en el desarrollo de las relaciones solidarias (no entendiendo a estas como privadas del carácter egoísta sino como relaciones que buscan el beneficio del grupo). Ahora bien, entender esto por sí solo no sirve de nada, la transformación o adecuación de nuevos valores morales no sirve más que para la autoproclamación de la superioridad moral, es necesario que exista un proyecto que busque solucionar los problemas colectivos para poder materializar nuevos principios con el objetivo del entendimiento y las metas en común.

En esto último es donde radica parte del problema de la acción revolucionaria en esta época, el entendimiento y las metas en común en un mundo que se intenta polarizar cada vez más alejándonos de los objetivos compartidos, donde lo que uno/a cree, siente o piensa se confunde con lo que es correcto o no. Esta (pos) modernidad de lo subjetivo y de un capitalismo que busca ponderar las experiencias individuales en base a algoritmos y herramientas que promuevan el culto a uno/a mismo/a llevan a entender las ideas propias como verdades absolutas y la propia moral como algo que debería ser impuesto al resto de los mortales.

La hora de la aventura

“El teólogo y el metafísico se aprovecharían con gusto de esa ignorancia humana forzosa y necesariamente eterna para imponer sus falacias y fantasías a la humanidad. Pero la ciencia se burla de ese consuelo trivial: lo detesta como ilusión ridícula y peligrosa. Cuando se siente incapaz de proseguir sus investigaciones, cuando se ve forzada a descartarlas por el momento, preferirá decir «no sé» antes que presentar hipótesis inverificables como verdades absolutas. La ciencia ha hecho más que eso: ha conseguido probar con una evidencia impecable el absurdo y la insignificancia de todas las concepciones teológicas y metafísicas. Pero no las ha destruido para sustituirlas por nuevas absurdeces. Cuando alcanza el límite de su conocimiento dirá con toda honestidad: «no sé». Pero jamás extraerá ninguna consecuencia de lo que no sabe y no puede saber.” Mijail Bakunin

“Todo el mundo tiene un plan hasta que recibe un puñetazo en la boca”. Mike Tyson

Es probable que no creas que la influencia de los medios de comunicación cambie tu opinión, pero probablemente si pienses que la gente cree lo que sea que diga Clarín, TN, La Nación, etc. Es más fácil ver a los otros como los/as que pueden ser influenciados/as, en contraposición a uno/a mismo y su grupo. Esto es gracias a una distorsión en nuestro sistemas de creencias, donde solemos pensar que tanto nosotros/as como nuestros más cercanos/as no seremos influenciados/as, pero si las demás personas.

Sabemos, a esta altura, que las personas no creemos en cualquier cosa que se nos presente, hay muchos motivos por los cuales alguien descarta o acepta nueva información o nuevas ideas sobre un determinado hecho. Una de las más importantes es si esta nueva idea, o nuevo pedazo de información, se contradice con las ideas ya establecidas que tiene la persona. En ese caso el cerebro reacciona de igual forma que si estuviese ante una amenaza física, se responde de forma defensiva y automática a la información que amenaza nuestra forma de ver el mundo.

Este tema lo hemos hablado en números anteriores, la imagen interna que tenemos de quienes somos es importante para el desarrollo saludable de la vida, pero eso no viene sin consecuencias. Si nuestra respuesta a las ideas o incluso a evidencias y hechos que van en contra de lo que pensamos es una respuesta emocional, de rechazo y negación no hay dialogo posible. Hoy quizás muchas veces se busca eso, terminar con cualquier debate aludiendo a la ofensa primero y a la descalificación de quien haya hecho la crítica después (seguramente en base a su identidad o a alguna supuesta “fobia” que quien se ofende quiera achacarle).

En el número 008 nos referíamos a este tema de la siguiente forma: “Al identificarse con cierto colectivo-tribu-grupo se aceptan un número de normas y principios que de no cumplirse pueden llevar al individuo al ostracismo. Ser de “derecha” implica creer en ciertas cosas y ser de “izquierda” lo mismo. Los/as “anarquistas” no estamos ajenos/as a esto, por supuesto, y la forma en la que buscamos romper con estas dinámicas es alentar a cuestionarlo todo, incluso lo que nosotros/as mismos/as tenemos para decir.” Esta idea de cuestionarlo todo no es exclusiva del anarquismo pero sí una parte fundamental del mismo.

La predisposición contra la autoridad, o su legitimidad facilita el proceso crítico contra lo que se busca imponer. No se tienen en cuenta los argumentos de autoridad y no se aceptan los veredictos como verdades simplemente por su origen. Es decir que no deberíamos creer en algo simplemente porque lo dice una autoridad, sino ejercer el trabajo metódico y analítico que nos acerque a algo parecido a la verdad (entendiendo que esto no significa que por ser una autoridad lo que diga no pueda ser cierto).

También, al partir de la negación el/la anarquista continua preguntándose y re-evaluando el mundo que lo/la rodea, de esta forma rechaza las falsas dicotomías y se niega a estar de un lado o del otro. Históricamente pudo distanciarse de las corrientes autoritarias, entendiendo que sus postulados eran equívocos y que el socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad, hecho comprobado con creces a lo largo de la historia. En este sentido, en 1873, Bakunin escribía “cuando la gente es golpeada con un palo, no es mucho más feliz si ese palo es llamado ‘el palo de la gente’”. Muchas de estas ideas y análisis continúan teniendo validez, si bien el mundo cambió radicalmente en estos 140 años, las condiciones primarias de la explotación y el control de los medios para la vida no lo hicieron.

De la misma forma al extrapolar ciertas ideas a los contextos actuales encontramos una claridad mayor a mucho del discurso predominante en los ámbitos de izquierda, progresista y radicales que buscan apoyarse en la diferencia, el prejuicio y la exclusión para evadir los debates que deberían considerarse necesarios. En 1846 Proudhon le escribía en una carta a Marx: “Aplaudo de todo corazón su idea de esclarecer todas las opiniones, hagamos una polémica buena y leal, demos al mundo el ejemplo de una tolerancia sabia y previsora pero, precisamente porque nosotros estamos a la cabeza del movimiento, no nos hagamos jefes de una nueva intolerancia, no nos la demos de apóstoles de una nueva religión, aunque ésta sea la religión de la lógica, la religión de la razón. Acojamos y alentemos todas las protestas; demostremos todas las exclusiones, todos los misticismos; nunca consideremos una cuestión como agotada y, cuando hayamos gastado hasta el último argumento, volvamos a comenzar, si es necesario, con la elocuencia y la ironía.” No solo cuestionarlo todo, sino buscar en el debate llegar a las mejores soluciones, sin importar lo complejo del problema.

Una luz en la oscuridad

“Por ateos, por materialistas o por anarquistas que se digan, razonan exactamente como razonaban los padres de la Iglesia o los fundadores del budismo.” Piotr Kropotkin.

No negamos que es refrescante leer las palabras que escribieron compañeros hace tanto tiempo y sentir por un breve instante que tenemos razón, pero sabemos que esta sensación puede llevarnos al pensamiento dogmático de rechazar cualquier idea de plano porque atenta contra nuestra forma de ver el mundo. Lo mismo que pasa a nivel individual puede pasar a nivel de grupo o colectivo.

De igual manera, pensar que cuestionarlo todo es ser intransigente y buscar imponer las ideas propias sin tener en cuenta los argumentos ajenos lleva al infantilismo del fanático, que solo busca gritarle en la cara a quien piensa diferente sin importarle entender y ser entendido/a.

Este tipo de comportamiento es muy propenso en los ámbitos universitarios estadounidenses resultando en imágenes de tremendo patetismo de grupos que creen tener la razón absoluta y ser los/as campeones de la moral; siempre desde un victimismo que aleja toda posibilidad de crítica, llegando a considerar la necesidad de “espacios seguros” en sus universidades, para de esta forma poder ir a sentarse entre peluches si alguna charla afecta sus emociones. Cabe decir que no son sólo demócratas y antifascistas, sino también hay gente que se denomina anarquista dentro de estos ámbitos.

Nombramos lo que pasa en los claustros norteamericanos porque son los ejemplos más visibles de este fenómeno de progresismo pseudo-radical, pero por supuesto ese tipo de comportamientos e ideas se exportan a todo el mundo y Argentina no es un caso diferente. La mentalidad obtusa y lastimosa busca promover su moralidad como única e innegable, no dando lugar al debate y usando las herramientas que tengan a mano para poder cancelar a quién piense diferente. Esta es la jerga importada que se usa para poder acallar las opiniones contrarias a sus ideas o valores morales.

Si esto suena bastante similar a lo que es el pensamiento sectario y religioso no es casualidad. La irracionalidad y la fe crean de forma orgánica las estructuras autoritarias que estos mismos grupos necesitan para sobrevivir, y mantener sus identidades intactas. Vivimos una época donde el capitalismo se vale cada vez más de la espiritualidad y el pensamiento mágico como práctica de alienación, incluso los movimientos que aparentan resistirle estas atravesados por este tipo de prácticas.

Al final del arcoíris

“La planta no puede impedir su florecimiento. Algunas veces, florecer para ella es morir. ¡No importa, la savia sube siempre!.” Jean-Marie Guyau.

Nacemos en diferentes estratos sociales, culturales que nos forman para tener formas particulares de ver el mundo, seguir pensando que la realidad es solo lo que vemos o sentimos levanta las barreras con lo que ven o sienten otros/as. Buscar un entendimiento común no es un capricho sino una necesidad para formar comunidades basadas en la libertad y la igualdad, la solidaridad no puede existir mientras se valore a las personas en base a categorías que son arbitrarias. Es importante poder generar las instancias de cambio que son necesarias para deshacernos del prejuicio y abandonar las fantasías y ficciones con las que el Capital alimenta los procesos de resistencia.

Es prudente, también, alejarse de esa (in) tolerancia progre de poder definir que está bien y que está mal instrumentando los castigos necesarios para quien no marche a su ritmo, existen valores que, entendemos, son dañinos y esperamos cambiarlos tanto en nosotros/as como en quienes nos rodean, pero tenemos bien claro que el cambio nunca surge desde el castigo y la opresión. Nuestro cerebro desarrolla nuevas conexiones neuronales si le proveemos de nueva información, con la práctica y la repetición podemos aprender, cambiar, crecer. Contra toda autoridad.

“Nuestro trabajo no se perderá - nada se pierde en este mundo -: las gotas de agua, aun siendo invisibles, logran formar el océano.” Carta de Bakunin a Reclus.