“El Estado no es la patria; es la abstracción, la ficción metafísica, mística, política y jurídica de la patria. La gente sencilla de todos los países ama profundamente a su patria; pero éste es un amor natural y real. El patriotismo del pueblo no es sólo una idea, es un hecho; pero el patriotismo político, el amor al Estado, no es la expresión fiel de este hecho: es una expresión distorsionada por medio de una falsa abstracción, siempre en beneficio de una minoría explotadora.” (M. Bakunin)

El encono belicista estatal generalmente arrastra tras de sí (y en provecho propio) una marea variopinta de ideología nacionalista que florece, vaya paradoja, en el límite fino que se establece entre la vida y la muerte. También la guerra pone de manifiesto la forma más cruel de las consecuencias sobre la “gente de a pie” que, y esto no es novedad, es la mayoría de los que directa e indirectamente se ven involucrados ya sea por proximidad geográfica, económica o social (o por las tres, entre otras). La guerra de por sí saca lo peor del ser humano, convirtiendo en tragedia el presente y futuro de millones. Tragedia banalizada por los medios de información que, en su inmediatez noticiosa exigen postura cívica: o se está con unos, o se está con otros. 

La excusa para la guerra generalmente se sustenta en un desarrollo histórico previo que sirve como justificación moral y ética para la andanada bélica. El conflicto que en estos momentos centra la atención mundial entre Rusia y Ucrania, no es la excepción a la regla. Los analistas que se dedican a la geopolítica sostienen que la decisión de Vladimir Putin no es un ataque de ira, sino que responde a cuestiones puntuales de “defensa territorial, militar y económica” con raigambre en la historia reciente. En su visión anticomunista (Putin no es más que un fiel representante de la derecha nacionalista) el presidente ruso sostiene que “Ucrania fue un invento de los bolcheviques. Lenin y sus asociados cometieron un crimen histórico dividiendo un territorio que pertenecía al imperio ruso”. Sin embargo, resulta poco creíble que el argumento sostenido en esa frase alcance sola para justificar el conflicto. Es evidente que en este conflicto puntual se pone de manifiesto la política global no sólo de Rusia y de Ucrania, sino también de la Unión Europea, Estados Unidos y la OTAN.

En un tema de consecuencias tan nefastas para propios y ajenos caer en frases hechas es, como mínimo, irresponsable ya que dichas frases terminan convirtiéndose en simples clichés que nada suman, al contrario. Pero la idea de Bakunin de que cada Estado es expansionista de acuerdo a sus posibilidades reales de incidencia sigue tan vigente como antaño. El Estado y sus formas de relacionarse varían según el contexto. Este conflicto, y los próximos por venir de acuerdo a la lógica estatal, no escapan a esa simple idea expansionista, sea esta de realidad económica, social o militar (o de todas juntas a la vez).