“Hay que ser muy cagón para no defender a los jubilados”
La frase de Maradona recorrió las redes y las calles en forma de afiches alentando a participar en la marcha de los jubilados. De manera solapada o en algunos casos explícita, la idea era ver si la policía “se animaba” con los hinchas de fútbol que convocaban. Bastante paternalista, sobre todo cuando de parte de los jubilados más activos lo que se pidió fue apoyo y no que vayan a defenderlos. Justamente su lucha genera empatía porque viene de lejos y la represión no los amedrentó durante tantos años. Hasta que llegó el miércoles (12/03) y la realidad hizo que muchos tuvieran que retomar el discurso habitual al ver que la policía si “se animó”.
Otra vez la cantinela de los “infiltrados”, de los “inorgánicos”, de manejar la indignación dependiendo del oficio o la ocupación de detenidos y heridos. Salvo honrosas excepciones, en los discursos mediáticos los violentos son o “policías infiltrados” o “delincuentes a la orden de la política” (valga la redundancia), dejando afuera a cualquiera que simplemente no aguantó ver o escuchar que les pegan a los viejos y decidió romper cosas o tirar piedras en forma de protesta o desahogo.
En democracia, el Estado también tiene el monopolio de la fuerza y la usa. Fue por eso mismo que se convocó el miércoles. Porque un grupo de viejos se niega a bajar la cabeza. Esperar otro resultado era negar la realidad. Para confirmarlo, a cargo de las fuerzas del orden, está Patricia Bullrich con su prontuario y arriba de ella un tipo más cerca de un psicópata que de un “estadista”.
Del accionar de la policía, nada que decir; puede llegar a sorprender, pero nadie debería asombrarse. Si desde arriba se da rienda suelta o se ordena reprimir, el resultado es, como mínimo, cabezas rotas, y esta vez la persona con riesgo de vida se llama Pablo Grillo, tras recibir un disparo de una granada en la cabeza. Por suerte, la mayoría de las detenciones están mal hechas (en cuanto a la burocracia legal), y son pocos los que quedan en cana, aun comiéndose el garrón que implica estar detenido o demorado.
El argumento de que en otras marchas no hay policía y no se generan disturbios es, cuanto menos, naif. Comparar las manifestaciones del 8M, el 24 de marzo, o las de la universidad pública con la de los jubilados no tiene sentido. Hay mucha diferencia en la cantidad de gente, los motivos y, aunque pueda no gustar, moviliza a sectores sociales distintos. ¿Quién puede creer que el gobierno decidiría no montar un operativo represivo cuando se convoca contra el accionar policial, diciendo que este gobierno es una dictadura fascista? Por todo lo anterior, es bastante ridículo pedir “garantías democráticas” o que “aparezcan” sectores gremiales o políticos que solo lo harán cuando les sea redituable.
Nosotros saludamos a esos “inorgánicos”, a los militantes y a todos los que simplemente fueron a poner el cuerpo por algo que les parece justo, sabiendo de antemano (o desde ese miércoles) que el Estado reprime y que en la calle los discursos se quedan en la vereda.