Guerra comercial

En el número anterior hablábamos, en una de las notas, de la emergencia de un populismo nacionalista (o autóctono) que se presentaba, a partir del discurso, como una nueva ola política. Y destacábamos, en su raíz argumental, una preponderancia de “lo ideológico” por sobre otras cuestiones más banales. También sosteníamos que no eran “islotes” aislados, sino que con rasgos comunes podían encontrarse similitudes en diferentes puntos geográficos. De esta manera, lo político adquiría un denominador común, sobre todo a partir de lo discursivo. Pero no todo queda ahí, ya que lo económico también se configura a partir de lineamientos generales en común. Y si en lo discursivo/político encontramos rasgos xenófobos y autoritarios, en lo económico hay una preponderancia “a lo nuestro”, “lo nacional”, y al proteccionismo. O sea, Política y Capital, pese a sus divergencias temporales y territoriales, caminan juntos dándole forma al mapa mundial.

Y esta efervescencia del nacionalismo político y económico produce, inevitablemente, y emulando a las viejas cruzadas, un apego cuasi religioso a situaciones que se plantean como de “vida o muerte”. En esta sintonía, y apelando a un proteccionismo por demás exacerbado, es que puede entenderse la denominada “guerra comercial” entre EEUU y China que, desde 2018 vienen llevando a límites insospechados las dos potencias económicas por excelencia. ¿Y por qué es importante entender un poco de que va esta guerra? Porque básicamente China es el principal socio comercial de la región.

En marzo de 2018 el gobierno de Donald Trump le impone aranceles al acero y al aluminio, alegando razones de seguridad, aunque en realidad buscaba debilitar la preponderancia china en dicho sector industrial. En represalia, el gobierno chino decide arancelar a muchos productos de origen norteamericano para, de esa manera, dar una enérgica respuesta a su ocasional enemigo económico. Este es el puntapié inicial a lo que desde los medios de información denominan como la “guerra comercial”. A la fecha EEUU ha confirmado 6800 aranceles y China 6200. Y pese a que EEUU ha impuesto aranceles a socios comerciales como Canadá y la Unión Europea, es evidente que el objetivo principal es encarecer los productos chinos que puedan venderse en las góndolas, sobre todo aquellos de alcance tecnológico. En palabras de Pablo Bortz, docente e investigador del Conicet: “el desarrollo conseguido por China ya no es tolerado por los Estados Unidos porque se volvió una potencia con pretensiones hegemónicas, lo cual se ve reflejado en la ampliación de redes comerciales de China en América Latina, el resto de Asia, Europa y África”. Y respecto al contexto local Bortz sostiene que “frente a este panorama en toda Latinoamérica, los países están dejando subir al dólar. En la Argentina, la cuestión es más compleja. Nuestro país tiene un traslado de la devaluación más fuerte a precios que otros países, y en un contexto en el que tenemos casi un 50 % de inflación anual, más inflación es un problema. El Gobierno quiere contener al dólar porque tiene miedo de que en medio de un proceso electoral se produzca una corrida cambiaria fuerte y un posterior shock inflacionario”.

Recesión

Esta disputa comercial, prolongada en el tiempo, ocasiona inevitablemente consecuencias negativas para aquellas economías satélites que por propia debilidad necesitan de la “teta” externa que inyecte sus endebles números. Y ya desde estudios privados se proyecta que el crecimiento global caerá, afectando a más del 70% de las economías del globo. Por consiguiente, es común escuchar hablar de recesión y crisis. Pero ¿son lo mismo? Hay una diferencia sustancial entre ambas conceptualizaciones. La recesión es la variación negativa del producto interior bruto (PBI) durante dos trimestres consecutivos; y sus causas se vinculan directamente a los porcentajes de inflación, el cual restringe el poder adquisitivo. Por su parte, una crisis económica es un período de inestabilidad prolongado en el tiempo, con todos los índices económicos (o muchos de ellos) por debajo de la expectativa general.

A nivel mundial ya hay síntomas palpables de desaceleración en países como Alemania, Italia, China y EEUU y, por consiguiente, los coletazos se sentirán en las economías emergentes que directa o indirectamente están relacionadas con ellas. Las causas son variables según el contexto, pero todas sienten las consecuencias de la guerra comercial y del proteccionismo que se baraja como dique de contención. Economías sudamericanas como la brasileña o la argentina no están exentas de los alcances globales. Un ejemplo de ello es la incertidumbre cambiaria en Argentina después de los resultados de las primarias (PASO).

Riqueza global

Ahora bien, por más que se hable de recesión y de crisis no es difícil afirmar sobre quienes caerán sus consecuencias. Ejemplos hay de sobra, y el más cercano en el tiempo es la denominada “burbuja inmobiliaria” de 2008 que, como un castillo de naipes, derrumbó en un suspiro las hipotecas en EEUU y gran parte de Europa.

Lo que pronosticaban como una crisis que hiciera tambalear al capitalismo no fue más que un reacomodamiento de las fichas del tablero. En la lógica del Capital los perdedores son siempre los mismos, por su parte, los dueños del capital son inmunes y con algunos simples movimientos (deslocalización, suba de intereses, nacionalizaciones, etc) sus inversiones son resguardadas. Y si esto suena a “frase armada”, está la estadística para despertar incrédulos.

Uno de cada cien habitantes del mundo tiene tanto como los 99 restantes; el 0,7% de la población mundial acapara el 45,2% de la riqueza total y el 10% más acaudalado tiene el 88% de los activos totales. 26 personas tienen más riqueza que los 3.800 millones más pobres.

Es un fenómeno global. Se detiene la reducción de la pobreza y aumenta la concentración de riqueza. Los directores ejecutivos de las 200 compañías más grandes de Estados Unidos tienen un sueldo promedio de 18,6 millones de dólares al año. La mitad de las personas en el mundo viven con menos de dos dólares al día.

La riqueza de los multimillonarios del mundo aumentó a un ritmo de 2.500 millones por día, mientras que los ingresos de la mitad más pobre del planeta cayeron un 11%. La ONG Oxfam estimó que el hombre más rico del mundo, Jeff Bezos, dueño de Amazon, alcanzó el año pasado una fortuna de 112.000 millones de dólares. El presupuesto de salud de Etiopía equivale al 1% de esa suma.

Guerra comercial, Recesión, Riqueza global: MERCADOS

Hasta acá un esquemático recorrido que busca, a partir de diferentes situaciones contextuales, poner de manifiesto el hecho de que mucho de lo que sucede en “lo macro” no es por designio divino sino que, por el contrario, son causa de particulares situaciones y relaciones.

En las últimas semanas, sobre todo después de las PASO, los diferentes medios de información conformaron su agenda mediática a partir de puntuales conceptos. Uno de ellos, tan en boga, es la idea de “mercado”.

De repente, todo comenzaba y terminaba en él; y hasta se llegó a argumentar de que “los mercados somos todos”. Sin embargo, ¿Qué son los mercados? ¿Cómo se conforman? Son preguntas que nadie puede responder con exactitud.

La explicación teórica del concepto dice que “en economía, un mercado es un co-n junto de transacciones de procesos o intercambio de bienes o servicios entre individuos.

El mercado no hace referencia directa al lucro o a las empresas, sino simplemente al acuerdo mutuo en el marco de las transacciones”. De esta definición se desprende que se habla más de “leyes y acuerdos” que de personas, apelando a una situación natural más que de creación artificial. Esta concepción domina los estudios económicos desde que el liberalismo se impone como tal, y por más que su preponderancia tenga características hegemónicas, también sus detractores se cuentan en cantidad. Uno de ellos, por el alcance en la actualidad de sus postulados, es Karl Polanyi.

Y si en estas líneas lo citamos no es por adherir ciegamente a su palabra, sino porque en este ejemplo puntual su aporte es más que interesante.

Pero antes de meternos de lleno en las citas de Polanyi, no está de más resaltar que cuando se habla de artificialidad se persigue explicar que no hay una evolución histórica del mercado como instancia de relación, sino que su desarrollo, causas y consecuencias son necesariamente producto de determinadas políticas específicas. Por ejemplo, cuando Macri eligió ratificar que sigue pensando (él y su grupo económico) que la salida a la crisis es con la receta de lograr el déficit cero, pero siendo el déficit quien genera la inflación, inflación que está por las nubes y parece no parar, lo que logra es llevar un mensaje confuso, originando que el dólar se dispare. Y junto con él la inflación, los precios y el déficit.

En su libro “La gran transformación” (1944), Polanyi hace un recorrido argumental donde explica de qué manera, y bajo qué contexto, se impone la economía de mercado y de cómo ésta conduce inevitablemente a la desigualdad social. La fuerza de su idea radica en afirmar que, contrariamente a lo que se suele creer, no hay algo natural ni inevitable en el sistema de mercado del siglo XIX. Y como demostró a lo largo de su actividad académica, el liberalismo fue ideado y pensado por los primeros economistas políticos ingleses pero sustituido por el poder omnipresente del Estado. Otro argumento central de su tesis es sostener que antes del capitalismo industrial, los mercados nunca fueron más que aspectos secundarios de la vida económica. Por eso su idea de que la economía de mercado nace como una excepción, rompiendo con la idea de la naturalidad de sus enunciados.

Polanyi entiende que la separación del trabajo del resto de las actividades humanas es el puntapié inicial de una expansión continua de los mercados en detrimento del trabajo y de la tierra como bien común. En el caso del trabajo “la separación se dio a través de la aplicación del principio de libertad de contrato, que permitió romper el vínculo que unía a los individuos con las instituciones tradicionales”. (…) “A través de este principio se institucionaliza el mercado de trabajo cuyas consecuencias son más patentes en los países colonizados, en los que hay que forzar a las personas a ganarse la vida vendiendo su trabajo”

En relación a la tierra, para Polanyi, separarla del ser humano para hacer de ella un mercado es quizás “la empresa más extraña de todas las emprendidas por nuestros antepasados”. La etapa siguiente, que solapa a la primera (la separación del trabajo del resto de las actividades), consistió en subordinar la tierra a las necesidades (económicas) de la creciente urbe industrial. La tercera, y última, consiste en la expansión de este modelo a las colonias y territorios de ultramar, originando que un fenómeno de alcance local, mute por otro de alcance global y supranacional.

En líneas generales este es el hilo argumental con el que Karl Polanyi se opone a la idea de mercado como un “todo”.

Obviamente que esta no es más que una mera aproximación a una crítica en particular con la que en lineamientos generales se puede tener puntos de contacto. Y si no son puntos de contacto, al menos son lineamientos generales en la búsqueda de romper con la idea de que “lo establecido” está bien per se. La manía general es encerrar cualquier tensión dentro del “todo” para, deliberadamente, vaciarla de contenido. La premisa no es sólo romper esa lógica, sino ahondar en la crítica para, a partir de ella, pensarnos fuera de ese “todo”.