En números anteriores intentamos poner de manifiesto cómo las relaciones sociales se están trastocando desde que el covid-19 se ha convertido en pandemia. Igualmente es insoslayable que, desde hace ya algunos años, el tablero económico mundial ha virado a posiciones más intransigentes de marcado matiz financiero. La pandemia ha logrado visualizar, a partir de sus consecuencias económicas, cómo lo que se percibía a largo plazo en el desenvolvimiento del Capital, se manifiesta en el actual contexto de crisis económica global: abroquelamiento económico de las grandes potencias (con una marcada tendencia a la idea de “guerra”, en este caso comercial, entre los dos exponentes mundiales por excelencia: EEUU y China), exacerbación “de lo propio” como identidad a partir de la diatriba discursiva llevada a lo dantesco por personajes de la talla de Trump o Bolsonaro, frontera no como un límite sino como una cualidad (y una distinción de pretendida cualidad positiva) y crítica de lo global como norma relacional. En estas (y otras) actitudes parecen desenvolverse la economía y la política mundial que aunque no son una consecuencia directa de la pandemia (ya se venía manifestando desde hace un tiempo), sí ésta ha logrado apurar los tiempos. 

Ahora bien, hacer futurología es arriesgado (y para eso están los/as economistas), pero no hay que ser muy astuto para percibir que se avecinan momentos críticos, sobre todo para aquellos/as que sólo tienen para ofrecer su “fuerza de trabajo”. El Capital saldrá golpeado pero como en 2008 (última gran crisis económica a nivel mundial. Causada por la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, la crisis fue de orden financiero y se trasladó a otras partes del mundo para convertirse en una convulsión económica de proporciones globales) sabrá reinventarse para seguir marcando a fuego los designios de la humanidad. Tal vez suene a poco, pero resulta imperioso tener una lectura propia del contexto económico que permita, en el tiempo, considerar una alternativa real al liberalismo económico. 

Las estadísticas de la crisis son un síntoma no sólo del presente sino de la proyección en el corto plazo. Los estudios económicos de la CEPAL, por ejemplo, sostienen que América Latina y el Caribe “ya acumulaban casi siete años de bajo crecimiento, con un promedio de 0,4% entre 2014 y 2019. La crisis que sufre la región este año 2020, con una caída del PIB de -5,3%, será la peor en toda su historia. Para encontrar una contracción de magnitud comparable hace falta retroceder hasta la Gran Depresión de 1930 (-5%) o más aún hasta 1914 (-4,9%)”. En dicho informe “las proyecciones también anticipan un importante deterioro de los indicadores laborales en 2020. La tasa de desempleo se ubicaría en torno a 11,5%, un aumento de 3,4 puntos porcentuales respecto al nivel de 2019 (8,1%). De esta forma, el número de desempleados de la región llegaría a 37,7 millones. Por otro lado, la caída de -5,3% del PIB y el aumento del desempleo tendrían un efecto negativo directo sobre los ingresos de los hogares y su posibilidad de contar con recursos suficientes para satisfacer las necesidades básicas. En ese contexto, la tasa de pobreza en la región aumentaría en 4,4 puntos porcentuales durante 2020 al pasar de 30,3% a 34,7%, lo que significa un incremento de 29 millones de personas en situación de pobreza. Por su parte, la pobreza extrema crecería en 2,5 puntos porcentuales pasando de 11,0% a 13,5%, lo que representa un incremento de 16 millones de personas”. Y a nivel global el panorama es bastante similar ya que salvo China, que se estima que crecerá sólo un 1.2%, el resto de los países se enfrentan a caídas impensadas. Por ejemplo, la economía norteamericana cayó a un ritmo anual del 33% en el segundo trimestre de 2020, situación agudizada por el contexto “pre electoral” que pone en jaque al nacionalismo discursivo de Trump.

Sin embargo, en este contexto de marcada contracción, las variables económicas parecen pendular por las mismas recetas de siempre. Y no es más que otorgarle un rol cuasi paternal al Estado a través de la intervención directa en las directrices económicas. En Argentina, por ejemplo, dicha intervención se da no sólo en la regulación cambiaria, sino y sobre todo en la inyección monetaria a través del crédito blando en sectores vinculados directamente a la obra privada y pública. Desde el discurso oficial y el oficioso se apela, más por retórica militante que por realidad, a la idea de que para alcanzar una economía diversificada se debe retomar la senda de la industrialización que fue abandonada en los años macristas. Y ésta no debe pensarse solamente en las industrias vinculadas al agro o a los servicios (software, turismo). Lo que no dicen es el cómo, pero a esto ya nos tienen acostumbrados los/as políticos/as sin importar el traje.

Monstruos Reales

A nivel global el panorama es por demás sombrío y pese al discurso marquetinero, anclado en la idea de que “una crisis también puede ser una oportunidad”, es evidente que el grueso de la gente que sólo tiene para vender su fuerza de trabajo será (y de hecho históricamente lo es) la más golpeada. Muchos economistas entienden que se avecinan tiempos de economías hiper endeudadas, propensas a los defaults globales (sobre todo teniendo en cuenta el aumento exponencial de los déficits fiscales).

Otras características que avizoran se centran en la idea de “depresión” económica y pérdida de respaldo del valor de las divisas. Por ejemplo, Nouriel Roubini habla de “disrupción digital” para sostener que “millones de personas perdiendo sus actuales trabajos o trabajando por menos y en medio de crecientes brechas salariales. Para prevenir futuros “shocks de oferta” (como el derivado del cierre inicial de gran parte de la economía china) las firmas transnacionales llevarán de vuelta a sus países de origen gran parte de la producción, pero con más automatización que empleo de mano de obra local. Ya antes de la pandemia, un estudio sobre robotización y empleo proyectaba el potencial de reemplazo de trabajo humano por robots en distintos sectores de la economía, a partir de tres “olas” tecnológicas, la de los algoritmos, basada en la automatización a través de esquemas computacionales (que afecta sobre todo a las finanzas, la información y las comunicaciones), la de “aumentación”, focalizada en la automatización de tareas repetitivas, y la más compleja de “autonomía”, para reemplazar tareas que requieren una destreza física superior o la respuesta a situaciones dinámicas”. Según ese estudio de la consultora PwC, sostiene Roubini, “transporte, almacenamiento, industria y construcción serán los sectores donde más avanzará la robotización a expensas del trabajo humano (que podría reemplazar en más de 50% hacia 2030), mientras que las áreas de más difícil reemplazo son la educación, la asistencia humana y social y servicios de atención como los que implican la comida y la hotelería, donde de todos modos se proyecta una tasa de reemplazo cercana o superior al 10 por ciento”.

Otras cualidades que pronostican quienes tienen una visión crítica del contexto ya las hemos desarrollado mínimamente en notas precedentes. Tales como la idea de “desglobalización” (restricciones al movimiento de bienes, situación que ya se percibe en nichos del sector farmacéutico y de equipamiento médico); choques geoestratégicos entre las potencias económicas; auge del populismo de tinte nacionalista y xenófobo y disrupciones ambientales cada vez más regulares y problemáticas.

En líneas generales, éste parece ser el camino a recorrer en el futuro cercano. Seguramente el Capital (y sus relaciones sociales) mutarán en la idea de auto-conservación a cualquier costo y, como dijimos en las primeras líneas del texto, tal vez suene a poco pero es imperioso tener una lectura crítica del contexto que permita posicionarnos y, sobre todo, que permita profundizar experiencias sociales a partir de la horizontalidad, la solidaridad y el apoyo mutuo. Experiencias que no está de más resaltar, muchas individualidades y colectivos están transitando desde hace algún tiempo.