La pandemia de Covid-19, y las medidas de confinamiento adoptadas por la gran mayoría de los Estados, trastocó no sólo las formas en que nos relacionamos (en los medios de comunicación se habla de “nueva normalidad”, por ejemplo), sino que también movió el tablero a nivel internacional, poniendo el foco en la tensión (y crítica) de la idea de “globalización” de las relaciones sociales, tan característica desde la evolución exponencial de las tecnologías aplicadas al cotidiano colectivo. Con esto no pretendemos sostener el fin de la globalización (no tenemos el orgullo intelectualoide para creernos en la necesidad de sentenciarlo. Ni las ganas), sino que a partir de la pandemia de Coronavirus sí creemos que se han agudizado algunos síntomas que venían asomando respecto a cierto resurgir de un nacionalismo autóctono, anclado, al menos teóricamente, en la idea de un proteccionismo local en lo económico, y una preponderancia de “la frontera” no como un mero límite geográfico, sino como una identidad “hacia adentro”.

El Brexit inglés, el neo populismo de Trump y Bolsonaro o el resurgir del neo fascismo europeo de partidos como Vox (España) o Alternativa por Alemania (Alemania) dan muestra de un viraje hacia un ala más conservadora en lo político, aunque no siempre este desvío es acompañado por un cambio significativo desde lo económico. Y aunque desde lo discursivo se apele a una retórica de ruptura con lo global (Trump en su cruzada tuitera afirmó “el fin de la globalización”), es evidente que es impensado en el mediano plazo el desmantelamiento de la lógica de las cadenas de producción dependientes casi en exclusividad de la mano de obra barata de las periferias económicas. La ruptura de esta lógica característica del capitalismo contemporáneo es difícil de verla como una posibilidad real, aunque tal vez sí podamos ver algo de esto en áreas específicas de la medicina y la industria farmacéutica, sobre todo, por las consecuencias de la pandemia de Covid-19.

Y pese a que en “lo económico” todavía no hay un horizonte de cambio claro respecto a ese nacionalismo discursivo, sí es evidente que de a poco cierta preponderancia de “lo nuestro” comienza a aparecer en la estrategia global de las potencias. Para quienes se dedican a estudiar este fenómeno, es notorio que el discurso político que defiende a las empresas locales y tiene aversión de “lo inmigrante” y los bienes importados, se ha exacerbado con la implosión de la pandemia de Covid-19. Lo que permanecía latente como una tensión por explotar, ha encontrado terreno fértil a partir de la emergencia sanitaria que, desde mediados de marzo, mantiene en vilo a gran parte de las sociedades del globo. ¿Y dónde se hace más evidente esta situación? Básicamente en EEUU y China. Estados que pese a ciertos matices, tienen en común líderes con poder y fuego mediático que han sabido, aunque de diferentes maneras, acaparar la atención política (obviamente siempre favorecido por el peso y la influencia económica).

Globalización: ¿el fin de la aldea global?

Que las piezas del tablero se están moviendo es innegable, sin embargo, es difícil predecir qué será de este mundo económicamente globalizado. La guerra comercial entre EEUU y China no parece debilitarse, sino todo lo contrario, y pese a que es inevitable que sus consecuencias negativas perduren en el tiempo (pensemos en la volatilidad del precio del petróleo, por ejemplo) sostener enfáticamente el fin de la globalización es al menos prematuro. Pero que sea prematuro no invalida su posibilidad, ya que desde antes de la pandemia había cierto aire enraizado y contaminado de nacionalismo. Pequeños síntomas emergentes de cambios políticos en ciernes. Síntomas que a partir de la pandemia de Coronavirus se han hecho realidad, sobre todo a partir de ciertas estadísticas que les dan sustento: según los últimos datos de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad) la pérdida estimada por la crisis sanitaria en la economía de los países emergentes es de unos 59 mil millones de dólares entre febrero y marzo, más del doble de lo perdido en la crisis inmobiliaria de 2008.

Es notorio que la guerra comercial entre EEUU y China, el debilitamiento del multilateralismo, el auge del discurso nacionalista, la idea de la frontera como identidad y la crisis de la Unión Europea son anteriores a la pandemia. Pero también es evidente que la emergencia sanitaria exaltó en un corto plazo de tiempo las tensiones latentes. En palabras de Anabella Busso (Conicet): “las tensiones no desaparecerán en el día después de la pandemia entre los globalizados y los globalizadores, porque una vez que pase la etapa del miedo a la muerte, los sectores más poderosos tenderán a recuperar su influencia, mientras que los más empobrecidos, que serán los que recibirán el mayor impacto epidemiológico y afrontarán los mayores escenarios de pobreza, van a seguir demandando”. En su opinión, esta crisis “cristaliza procesos que ya existían, tal como ha ocurrido con cualquier acontecimiento que dio paso a la conformación de un nuevo orden mundial”. En el escenario pre-pandemia “ya había tensiones económicas que se dieron en el marco del traspaso de un mundo capitalista productivo a uno financiero, generando un grupo de ganadores entre los que se destaca el sector de las finanzas, el software que concentró mucha riqueza; y un gran sector de perdedores vinculados a las modalidades de producción tradicional”.

Se podría agregar que desde lo político la tensión y la crítica a la globalización previa a la pandemia fue entre el capitalismo financiero y el discurso defensor de la idea democrática que, a raíz de la debacle económica, mutó a posiciones más conservadoras y neo nacionalistas. Cómo se desencadene la salida de la pandemia, configurará el mapa político y económico a nivel mundial.