La decadencia del discurso social.

Durante la campaña electoral que dio como victorioso a Javier Milei, el ex funcionario macrista Pablo Avelluto se presentó como una persona que se había recuperado de lo que llamaba la ‘droga del antikirchnerismo’, para referirse a su estado mental en tiempos pasados donde el odio a esa corriente política podía llevarlo a decir cualquier cosa.

De grietas venimos hablando desde los comienzos de esta publicación; los actores cambian, mutan en nuevas formas pero de fondo sigue ahí esa distancia que establece a la identidad grupal como preponderante en toda relación social. Los libertarios llegaron al poder dejando de lado la dicotomía liberalismo vs. peronismo para transformar el discurso político en el enfrentamiento de la casta contra los argentinos de bien. La debacle económica y las derrotas sufridas en la justicia y el congreso han transformado este proceso buscando terminar con la dinámica de la grieta e intentar dinamitar completamente el espacio entre ambos grupos, impidiendo todo lugar común.

A diferencia de anteriores movimientos donde cada quien buscaba llevar una mayor cantidad de gente a su lado, el gobierno liberal libertario parece no buscar un número mayor de seguidores, sino seguidores más fieles y obedientes. Este desarrollo sectario del movimiento liberal no es orgánico sino pensado y decidido para seguir profundizando en las figuras místicas del gobierno, los liderazgos carismáticos que puedan llevar adelante la lucha divina contra las fuerzas del mal.

De esta forma, se resignifica la histórica lucha antiperonista, donde el peronismo pasa a ser, simplemente, un sinónimo de colectivismo. Aquellos peronistas que deciden pasarse al bando liberal libertario, automáticamente dejan de ser casta y, por ende, dejan de ser los enemigos. Así y todo, el odio histórico al peronismo de las clases acomodadas del país, principalmente, sirve como combustible para la batalla cultural que el gobierno lleva adelante. Aquí, resignifica y reacomoda la cultura para lograr esta transición en lo discursivo y asimilar toda posición en favor de la ‘justicia social’, de los desposeídos, trabajadores, explotados y oprimidos como parte del discurso empobrecedor de la izquierda colectivista. Llegando a límites ridículos, donde Horacio Rodríguez Larreta sería considerado de izquierda por no negar la última dictadura militar o el número de desaparecidos.

El viejo caballito de batalla del antiperonismo muta así para lograr una mayor superficie de ataque que reafirme y solidifique a la tropa propia con un discurso cada vez más decadente y sectario.

Las palabras

Está claro que este gobierno ha logrado ganar la batalla discursiva en las redes sociales; lo ha hecho porque las redes sociales están diagramadas especialmente para ese tipo de discursos. Existe una retroalimentación por parte de los algoritmos que impulsan el contenido en las redes sociales y las formas culturales que se generan a partir de esos algoritmos. El modelo de negocios de toda red social es poder capturar la atención, el mayor tiempo posible, del mayor número de personas; de esta forma, los anuncios publicados en estas plataformas tienen más impresiones y más posibilidad de generar interacciones. Todo se construye alrededor de este modelo de negocios y no hay nada que capture más la atención de los seres humanos que la polémica, cuando nuestros cerebros, que continúan ensamblados para vivir en un constante estado de supervivencia, se sienten atacados no hacen otra cosa que dar su completa atención al atacante.

Es de esta forma que los discursos originados en esas letrinas de la comunicación social toman fuerza, generan sentido de pertenencia y buscan establecer una visión de la realidad que pueda ser repetida lejos del mundo digital. Los ejércitos de trolls, en su mayoría actuando ad honorem, dinamizan un lenguaje común que construye poder a fuerza de repetición; el interludio memético de frases que parecerían inocuas ayuda a establecer los nuevos límites de las dinámicas sociales que se dan en la calle.

Hace solo unos meses, durante una protesta por el cierre del cine Gaumont, un hombre que avanzó en su camioneta sobre los manifestantes, pasando por encima de la pierna de uno, al ser interpelado mientras pedía a gritos la llegada de la policía, una y otra vez repetía: ‘se robaron todo’.

El lenguaje, las palabras que usamos y cómo las usamos, no es nunca neutral. Cada gobierno busca establecer un cierto número de definiciones y frases que generen un sentido colectivo para establecer los valores del partido que gobierna y así lograr nuevos apoyos. ‘La patria es el otro’, ’el amor vence al odio’, ‘sí se puede’, ‘vamos juntos’, ‘volvimos mejores’, ‘primero la gente’ son algunos ejemplos de los últimos gobiernos. El gobierno actual remueve toda sutileza de la conversación y, en lugar de intentar convencer, su estrategia es la búsqueda de sentido a través de la antagonización.

Es así que las frases de cabecera, que dinamizan a sus actores, sirven solo como munición contra otro sector. ‘Con la nuestra’ es una frase que puede referirse tanto a los sueldos millonarios de políticos como a la gratuidad del sistema educativo. ‘Se robaron todo’ puede repetirse para hablar de hechos de corrupción o de subsidios a sectores del arte. Pero, aunque este lenguaje parezca impreciso, no lo es; cada quien puede elegir contra quién dar la batalla individual, pero la guerra que llevan adelante los seguidores de las fuerzas del cielo tiene un solo enemigo: quien sea que no apoye ciegamente al líder supremo.

Esta construcción del lenguaje busca establecer una realidad única e indiscutible; ser casta es una propiedad transitoria que puede anularse al rendir pleitesía al gobierno de turno. Abandonar el estado de ‘casta’ parece ser tan simple como aceptar los designios del amo, aceptar una realidad completa sin miramientos, pasar al bando de los elegidos.

La Humanidad

Las redes no existen para generar una conversación productiva de la realidad social, son aplicaciones de entretenimiento que tienen como único objetivo cautivar la atención de sus usuarios. Requiriendo, a su vez, que sus usuarios generen contenido para seguir aportando a la maquinaria destructora de la condición humana. Milei no ha sido el gran lector de la realidad de la época, no se ha adaptado a la realidad algorítmica de las redes sociales. Nació en ella.

Es una obviedad decir que el lenguaje tiene poder en el mundo material; es a fuerza de palabras que existen las guerras, los genocidios, los estados y las revoluciones. Pero en la repetición de oraciones religiosas puede encontrarse tanto el pensamiento bondadoso como también el conquistador. Esto es así porque solo el lenguaje no es suficiente; a las personas no se las puede manipular para creer cosas que no están dispuestas a creer. El lenguaje sirve para darles la licencia de creer ideas que se alinean de alguna forma con todo su bagaje previo. El lenguaje puede reconfigurar la realidad de las personas solo si se encuentran ideológicamente afines a esta reconfiguración.

Parece existir una encerrona en esta batalla cultural de ejércitos digitales donde la miopía irreverente de las fuerzas de turno se replica en quienes juegan a ser oposición y ambos sectores terminan adhiriendo a un idioma común. Se festeja como un triunfo si alguien se queda sin trabajo, dependerá del bando en el que estaba esa persona el sector que se adjudicará esta victoria. Cada arrepentid**o requiere una penitencia de igual forma que los ñoquis su castigo. El cinismo, el odio, la crueldad se convierten en códigos comunes para la comunicación en plataformas, la mentira moneda de intercambio que se usa para establecer realidades indiscutibles.

Esta guerra algorítmica se libra con el único objetivo de llegar a la ansiada viralidad donde los discursos del sector ganador se filtren al exterior, ya sea a través de medios tradicionales como de replicaciones que logran romper las cámaras de eco que actúan como barrera protectora de quienes no son parte de esta batalla.

Lejos de los fuegos de artificio y los discursos picantes de actores del poder se encuentra la realidad material de millones de personas que poca relación tienen con la política de las cosas, donde la rosca es reemplazada por la urgencia del día a día. La vida se hace más cara, más difícil; la degradación social impacta en la realidad cotidiana generando nuevos y conocidos problemas. Del otro lado, una cantidad inmensa de bits almacenan los discursos de la clase media, hasta ahora acomodada, exigiendo a los pobres que se cansen y prendan fuego todo. Contra los pronósticos de los profetas de turno, Milei llegó a abril; no solo eso, sino que lo único que puede hacerlo tambalear parece ser los errores propios. Dependiendo de cómo juegue sus cartas en los próximos meses, es incluso viable que logre solidificar su posición en el poder legislativo el año próximo.

Los estallidos sociales no se dan de la noche a la mañana, la gente como conjunto no se cansa y sale a romper todo, tampoco sale en busca de organizaciones y partidos donde militar. El discurso imperante que ha logrado perforar los cercos comunicacionales es el del individualismo cínico, el “si a mí nadie me regaló nada” que impera en grandes sectores de la sociedad complejiza la permeabilidad al discurso radical que intente entender la raíz de los problemas.

Es imperante buscar la forma de lograr transformar nuestros problemas individuales en luchas colectivas. El lenguaje puede afectar la realidad; fuera de la inmaterialidad, el pensar soluciones colectivas, el entender que otro mundo no es solo posible sino necesario puede ayudarnos a entender que a fuerza de voluntad y organización somos capaces de cambiarlo todo.